Brígido Orlando camina con una andadera
ortopédica, y a pesar de sus 69 años no tiene canas -típico de los emparentados
con la etnia cariña- y no cesa de trabajar. Lo ha hecho casi toda su vida,
desde el momento que aprobó el 3°año de bachillerato. Vive en El Tigre, estado
Anzoátegui: frente a su casa hay un aviso deteriorado por el paso de los años
que dice: “Técnico en Electrónica y Electricidad - Se reparan artefactos
eléctricos, planchas, lavadoras y ventiladores”. Entré a su casa por la puerta
del patio, ya que la del porche desde hace años está cerrada. Lo encontré reparando
el electromagneto de un ventilador.
Está muy agradecido con
el Gobierno Bolivariano, ya que recibe su pensión de Amor Mayor, aunque piensa
que para que alcance debería ser de 20.000 BsS. Su hija “Coro”, no lo puso como
Jefe de Hogar de la Patria, y por esa razón no ha recibido los últimos bonos;
dice muy disgustado que las personas de la tercera edad deberían recibir los
bonos, ya que ellas construyeron el país que hoy disfrutan los de menos edad;
que su pensión de 4500 BsS es lo que cuesta casi un Kg de queso, ya que los
comerciantes no respetan los precios acordados, y los bachaqueros venden de
todo, pero carísimo, y además, le gustaría que a uno de sus hijos el Presidente
Maduro le otorgara un préstamo, para que continúe con el oficio que él le
enseñó.
Tenía este cronista 17
años que no visitaba este amigo, desde la muerte de su esposa, Doña Carmen -que
en paz descanse-; recuerdo que en aquella ocasión viajé desde Jayana, municipio
Los Taques, península de Paraguaná. Fui hasta El Tigre en un Volkswagen, y me
accidenté unas cuantas veces a causa de la bobina, el rotor y el platino; tuve
que comprarlos por el camino, algunos comerciantes los vendían como originales,
pero no lo eran, -siempre la viveza sin sentido de algunos dueños de ventas de
repuestos-; para mi pesar, llegué cuando el cortejo fúnebre estaba ya en el cementerio
municipal.
La difunta Doña Carmen
Borges, cinco años antes de morir, tuvo un accidente cerebro vascular y los
neurólogos le daban pocas probabilidades de sobrevivencia, estuvo hospitalizada
unos días en terapia intensiva, luego la enviaron a su casa; sin embargo, en
aquella oportunidad un renombrado curandero y espiritista la visitó en su hogar,
y en un rincón del patio, debajo de altísimos arboles de mango, realizó un
misterioso ritual; en donde de inicio invocó al Señor Jesucristo, y continuó
con letanías y lecturas de oraciones, en un círculo con velones blancos, que no
se apagaban a pesar del fuerte viento que soplaba.
Al son de repiques de tambores
y con mucho humo de tabaco, indicó los puntos cardinales con una daga, y le
solicitó a los Espíritus de Alta Luz: Dr. José Gregorio Hernández, Chango Santa
Bárbara, el Negro Felipe, el Cacique Guaicaipuro, la Reina María Lionza, doña Francisca
Duarte, don Nicanor Ochoa, don Toribio, “el Montañés”, doña Clementina Pereira
y Santo Pesado la curación de la señora.
Le prescribió una dieta
sin sal, a base de pescados de piel azul, sardinas, frutas y verduras; que
tomara religiosamente el antihipertensivo que el doctor le había recetado, y
por supuesto, con los amorosos cuidados de sus hijas e hijos, al poco tiempo la
doña ya comenzaba a reconocerlos, entrando en franca mejoría que dejó atónito a
los médicos especialistas, cuyo pronóstico era reservado. El faculto curandero,
conocido por aquellos lugares como Don Cucho, -un guyanés, nacido en el
Esequibo- les dijo a los familiares que la señora Carmen iba a sobrevivir 5
años, y así fue.
Como les dije más
arriba, hacía más de tres lustros que no visitaba al amigo Orlando, y el
22-12-2018 a causa del delicado estado de salud de su yerno Carlos García, -a
pesar de mis dificultades para desplazarme y acompañado de unos parientes-
llegué a la ciudad de El Tigre, que está a una hora de Barcelona, Anzoátegui.
Impulsado por mi
condición de cronista le dije al amigo Urquía: “Orlando, ¿podrías contarme algo
sobre tu vida?” “Por supuesto, Muñoz, comenzaré por decirte que nací en El
Tigre, el 30-01-1949, mis padres fueron Brígido Olivero y Gregoria Urquía, yo
fui lo que antes se llamaba un hijo natural, a mis abuelos no los recuerdo. Saqué
el 6° grado en el Grupo Escolar Trujillo en 1960 y el 3° año en el Liceo José
Antonio Anzoátegui; realicé cursos de mantenimiento, electricidad, electrónica,
reparación de ventiladores y aparatos electrodomésticos. Me casé con mi hoy difunta
esposa en 1978, cuando la conocí era una mujer divorciada con dos hijo: Miguel
y Fanny Coromoto, en nuestro matrimonio procreamos a Orlando José, Marilín,
Brígido, Wilfredo, Karina, y Carlos Eduardo”.
“Orlando, háblame de
los sitios donde laboraste”. “Muñoz, en mi juventud trabajé en la cristalería
El Tigre, en la fábrica de hielo Glacial de Puerto La Cruz, en las minas de
carbón de Naricual como caporal, en la construcción de la primera etapa del
Metro de Caracas como obrero, y recuerdo que cuando contraje matrimonio
manejaba un camión con una cava de un italiano, donde viajaba a comprar pescado
y otros productos del mar, y por último, con mi mujer-que en paz descanse- vendía
pescado en las mañanas, en un puesto alquilado en el mercado, y por las noches
era vigilante en el geriátrico María Auxiliadora, mejor conocido como La Montonera,
que en aquellos tiempos era atendido por las monjitas, y está todavía justo
frente a mi casa”.
“Cuéntame una anécdota que
te haya ocurrido cuando viajabas al Occidente de Venezuela, en el camión cava”.
“Bueno, resulta Muñoz que cuando yo transportaba productos del mar, por los
años ’70, el italiano Giuseppe me envió a Punto Fijo, a Las Piedras, con mi
ayudante que era de Los Taques, a buscar una carga de camarones, carites, rey,
jureles, pargos, cazones y corocoros congelados. Eran las 2 de la mañana y
pasamos la alcabala de Yaracal; de pronto golpeé con algo, perdí el control del
volante y nos encunetamos; le dije al ayudante: ‘¡Tomás, agarra la linterna y
ve a ver qué pasó!’
“Mi ayudante se bajó, y
regresó rápidamente y me dijo: ‘Atropelló un burro, está vuelto trizas, con la
cabeza aplastada, de la barriga se le salieron las tripas y sale un chorro de
sangre’. Me bajé del camión, y en efecto, el noble animal yacía muerto en el
pavimento; de pronto inexplicablemente, se levantó y salió a todo galope como
si fuera un caballo de carreras del Hipódromo de La Rinconada en Caracas. Mi
ayudante y yo, corrimos asustados al camión, y no paré de conducir hasta que
entramos en Santa Ana de Coro. Por esa carretera, Muñoz, verdaderamente pasaban
cosas extrañas”.