sábado, 29 de abril de 2017

· LA PALABRA ·

En 1998 disfrutaba yo unas cervezas, sentado en el porche de una casa en Villa Marina que me había alquilado mi amigo Segundo Silva, ubicada cerca de la playa. Con el relax de la brisa marina, tuve las siguientes cavilaciones de la conciencia, que luego escribí e intitulé La Palabra.
Escribía yo por aquella época: poderoso es el efecto de la palabra sobre todos nosotros, hasta el punto que, no solamente la acción de los seres humanos modifica la realidad, sino también la magia del verbo transforma el mundo circundante. Prueba del papel que juega la mezcla de los grafemas es que la sociedad contemporánea no existiría sin la presencia de las palabras, las ideas y las oraciones. En realidad, sin el idioma, el acontecer de las personas, el constructo llamado estructura social no hubiese existido nunca; seríamos una especie animal irracional más. El papel de la palabra es de tanto peso, que le escuchaba a mi conciencia el otro día el siguiente monólogo con el más vivo interés:
“Vine al mundo a descubrir el sentido de la vida, el cual era leer el periódico e ir variando de gusto, según el tiempo que me tocaba vivir. Es decir, cuando apenas sabía leer en la infancia, sólo me dedicaba a hojear las caricaturas de la página de historietas, pero cuando Superman dejó de ser el campeón de la justicia y comenzó a asesinar vietnamitas e iraquíes como arroz, invadió a Santo Domingo, Panamá, Grenada, mató al Presidente Salvador Allende en Chile y lanzó bombas inteligentes sólo mata-gente sobre las naciones que de alguna manera se oponían a la sociedad de consumo y del libre mercado, me decepcioné de esta página. La muerte del hombre de acero con balas de criptonita no me produjo mayor pesar”.
“Luego en mi juventud, solo me interesaban del periódico las páginas deportivas: las grandes ligas, el básquetbol, el béisbol, el fútbol, el hipismo, el boxeo y las olimpiadas; pero en “la Gran Carpa” la mafia negociaba los partidos de béisbol; en el boxeo y en el hipódromo no hubo pelea ni carrera que no fuesen arregladas, en las olimpiadas los atletas se inyectaban sustancias prohibidas para ganar competencias, pero lo que más me indignaba era el hecho que por aquellos tiempos el equipo de mi país jamás figuró ni siquiera en un cuarto lugar”.
“En la madurez, solamente leía el suplemento cultural y el acontecer político nacional e internacional, pero un buen día las páginas literarias fueron eliminadas; dejé también de leer sobre política agotado por tantos crímenes sin castigo y por el egoísmo y el individualismo de los políticos, las noticias internacionales no las leí más al no poder soportar ya más guerras y matanzas”.
“En la vejez, sólo me dedicaba a la sección de los entierros y funerales, en la que siempre había algún conocido quien obviamente se marchaba antes que yo; ya no tenía el afortunado que soportar la crisis económica, la miseria, el hambre, la pobreza, la corruptela, el paquete neoliberal, los atracos al erario público, el ver a la mayoría de los ancianos sin pensión de vejez, el aumento de la gasolina, las medicinas, los artículos de primera necesidad, la delincuencia desbordada, el que los pobres comieran perrarina, la venta de nuestro petróleo y hierro a paupérrimos precios”.
“Fui tranquilo y sereno al funeral de un conocido, le di una mirada a la urna: no era de caoba como antes, sino de metal. ‘Tanto que presumías que no se te caía el pelo y total, la pelona te llevo antes que a mí, la preocupación por hacerte rico, tu desespero por la ganancia, tu culto por el único dios de este mundo, el vil dinero, te llevaron a la tumba’. Yo consolaba a la viuda joven y bonita aún, y le inventaba anécdotas del difunto y ella me prestaba intensa atención, mirándome con deseo”

domingo, 23 de abril de 2017

· EL DOCUMENTO HISTÓRICO ·

La historia es una ciencia que no puede observar los hechos que estudia. Estos acontecimientos ya no existen. No puede tampoco, experimentar: el historiador no provoca un hecho histórico para observarlo. El único método posible es la observación indirecta: indagación no de los hechos, sino de las huellas que dejaron. Partiendo de esas improntas, el experto en historiografía reconstruye mentalmente los sucesos, pero para reedificar esos hechos tiene, primero, que descubrir las relaciones entre esos rastros y después, rehace partiendo de esos vínculos, los eventos.
El historiador no empieza hallando los sucesos, para luego buscar las relaciones entre ellos; él descubre determinada relación entre los hechos, y es la existencia de ese lazo lo que hace reconocer a los eventos como históricos.
Sea un investigador de los sucesos históricos trabajando en un archivo. Tiene a su disposición infinidad de legajos. Los lee e inspecciona. No puede saber por su simple lectura y estudio, si son o no documentos históricos, es decir, escrituras que sirvan para reconstruir hechos pasados con significación. Tiene que seguir leyendo y examinando hasta que descubra una relación entre esos documentos; es decir, hasta que descubra su significado. Hallada la relación, esas huellas o restos del pasado se revelan entonces, como antes no se habían mostrado: como documento histórico; como documentos que están entre sí vinculados a hechos relevantes ocurridos. 
El registro de los pliegos no constituye la obra del historiador. Mientras no se descubra la relación significativa entre ellos, no son documentos históricos. Todos ellos son, por ser huellas, pergaminos del pasado; pero no todo escrito del ayer es documento histórico por la simple razón de que la historia no es la ciencia de lo acontecido a secas, sino “la ciencia del pasado que no se limita a ser pasado”.
 Las relaciones entre los pliegos no están dadas. El vínculo supone una actividad del investigador historiográfico; éste es, como toda mujer u hombre de ciencia, un observador activo, capaz de establecer conexiones. No procede arbitrariamente, porque las relaciones tienen que establecerlas entre los documentos, que son vestigios de lo acaecido sin las cuales la labor es imposible. Tampoco impone a los documentos una relación preconcebida, para forzarlos a entrar en ella. Esa es la falsa historia de quienes buscan, en el ayer, pruebas para sus concepciones teóricas.
Los manuscritos no hablan por sí mismo, ni son el eco de la voz del historiador. Éste habla con escritos, y al hablar con ellos, los convierte en documentos históricos si realmente la huella del pasado que hay en ellos, es histórica, y a la vez, los documentos históricos lo convierten a él en un historiador. Decía mi viejo, pero probo profesor de historia: “Querer que las hojas hablen por sí mismas, es caer en la pura objetividad; querer hablar sin material escrito es caer en la subjetividad. El documento es necesario, pero el manuscrito no es tal, si no significa, y significar es siempre expresar algo desde el punto de vista del hombre y de la época histórica dada. Esta es la verdadera relatividad histórica; que no quiere decir, como pretende el llamado “relativismo” que los hechos varíen según el punto de vista en que el historiador se coloque; los sucesos no varían, ni pueden variar, porque son ayer, y “el pasado es eterno como los triángulos”.

Nadie modifica lo acaecido, esto es imposible. Lo que es relativo, no es el hecho acontecido, sino la significación de ese hecho, y la significación de un acontecimiento sucedido, no se descubre en el ayer mismo, esto es imposible, sino en la investigación posterior a lo ocurrido”. Por último, recordemos aquí que: quien conoce el pretérito, sin discusión, está en la posibilidad real de dominar el presente.

sábado, 1 de abril de 2017

· Yenny Merlín ·

Yenny Merlín Duarte Borges es una anzoatiguense que vivió un tiempo en Falcón con su madre y trabajó en una posada de Villa Marina, y recuerda con nostalgia este poblado paraguanero. Viajé el 26-03-2017 a Oriente y sostuve una conversación con ella.  “Buenas tardes Yenny, ¿cómo estás?” “Bien ¿y a ti cómo te trata el calor?”. Le respondí: “Al principio me afecta, pero me adapto”. “Muñoz Freites, leí tu blog y es un buen trabajo; me gustaría que mis descendientes conozcan de mi vida”. “Bien, háblame de ti”. 
“Me llamo Yenny Merlín Duarte Borges, nací en Barcelona el 10-06-1976, soy hija de Rosa Borges y de César Augusto Duarte (difunto); tengo 9 hermanos, 4 maternos y 5 paternos. Con mi madre, mi padre procreó a Yuleidy Maribel, Yoselyn Marisol, Jonathan Michael, César Rafael y a mí. Mis hermanos paternos son: Edison Mirbur, Yorsy Elena, Yanny Marilin, César Augusto y Luis Alberto, todos de apellido Duarte. Tengo 5 hijos: Adrián José Duarte, Rusbel Rafael Jiménez Duarte, Rosmary Patricia Aguilera Duarte, Jonathan José y Yosenny Verónica Velásquez Duarte, y 3 nietos: Camila Duarte Maestre, Rubianny y Yorbe Jiménez. Mi madre trabajó siempre para ayudar a su familia y para que a sus hijos y a mí no nos faltara nada, e hizo todo el esfuerzo para que yo estudiase en aquellos tiempos”.
“Laboré como promotora de ventas y cobranzas de línea blanca; a los 17 años fui peluquera en la peluquería La Coqueta, en la avenida Pedro María Freites y vendedora en una agencia de lotería. En la actualidad, les hago tortas a mis amigas y familiares y los cumpleaños los celebramos en mi casa”.      
“Estudié hasta 3er año en la Escuela Básica Juan Manuel Cajigal, en Barcelona; me hice bachiller por parasistema en el Liceo Isabel la Católica. Hice cursos de peluquería, cocina, repostería en el INCE. Recuerdo que mi primer empleo fue estando de vacaciones escolares, a los 13 años acompañé a mi mamá y a mis tías a vacunar pollitos a una granja. Pero el empeño de mi madre era que yo estudiara.”
“Mi mamá, Rosa Borges, viajó a principio de los 90 a trabajar al municipio Los Taques, en Falcón, y por allá conoció al amor de su vida: Muñoz Freites. Viví un tiempo con ella en Villa Marina. Me hice muy amiga de Yudith y su hermana Marbella -que en paz descanse-, a quienes recuerdo con cariño, como a mucha gente de allá. Trabajé en la cocina de la tasca de Segundo Silva. Recuerdo que a la casa del señor Segundo llegaban los pobres y nunca se iban con las manos vacías”.
“Las playas más hermosas y azules que he conocido, después de las de Lechería en Anzoátegui, son las de Villa Marina. Recuerdo que en aquellos tiempos en este pueblo todos se dedicaban a alguna actividad: la pesca, las ventas de empanadas, kioscos, venta de pescado fresco, de pescado frito en la playa, alquiler de sillas y de casas a los turistas para vacaciones; era gente muy laboriosa. La patrona de Villa Marina es la Virgen del Valle y su fiesta patronal es todo un acontecimiento, las personas son muy devotas de la Virgen y allí ha realizado muchos milagros; el 8 de septiembre la pasean los pescadores en sus lanchas, en procesión”.
“Mi marido es Luis José Velásquez Misel; es un hombre quien le rinde culto al trabajo, es mecánico en motores diésel y labora en Morichal, en Monagas; es un buen padre, excelente compañero, siempre presente en las buenas y en las malas, y lo más importante para una mujer, ¡me quiere!; mis hijos e hijas y él son mi más preciado tesoro, ¡cuánto los amo!”.

“Soy la vocera de finanzas del Consejo Comunal del Viñedo, al sur de Barcelona e integrante del CLAP, además soy Lideresa de Calle. Aquí las bolsas están llegando cada mes y las repartimos casa por casa, es un clamor popular que se distribuyan cada 15 días; estamos pendientes de las necesidades y medicinas de las personas; tenemos un proyecto productivo, me siento orgullosa de dos cosas: de ayudar a la gente y de mi honestidad”.