martes, 25 de junio de 2019

· EL TERAPEUTA CUBANO ·



He aquí, estimados lectores, sin mayor preámbulo, un testimonio sobre el rol que desempeñan los terapeutas cubanos en la salud del pueblo venezolano. Son la 7 de la mañana del 25-06-2019, me dirijo hacia el Centro de Rehabilitación (CRI) de Campo Alegre, ayudado con una muleta -aunque ya puedo caminar sin ella, pero distancias cortas. Esta obra fue realizada por el Capitán José Pérez Fernández, alcalde de Barcelona y del municipio Simón Bolívar, culminada en septiembre del 2005. Aquí recibo terapias de calor, hidroterapia, magneto, electricidad y masajes en las manos y la pierna derecha, luego de ser intervenido quirúrgicamente por el doctor Carlos Vázquez en el Centro de Diagnóstico Integral de Campo Claro (CDI Camilo Cienfuegos), a causa de un accidente de tránsito.
En el CRI de Campo Alegre son diversos los síndromes atendidos: niños y adultos que necesitan terapia del lenguaje, prevención del pie diabético, uñas encarnadas, callos plantares, masajes podálicos, curas de diferentes patologías, casos de ACV, escoliosis, lumbago, cervicales, bursitis, ciática, problemas de dolores en articulaciones, artrosis, y a toda persona que necesite masajes en miembros superiores e inferiores.  
En esta oportunidad, voy a escribir sobre el terapeuta cubano Evelio Estrada, quien está encargado del gimnasio del CRI de Campo Alegre, cubriendo las vacaciones de Yenni, quien cumple con su trabajo con la misma entereza, eficiencia y dedicación que Evelio. Su rutina es desde las 7 am a las 2:00 pm, consiste en explicarles a los pacientes el uso indicado de los aparatos que en él se encuentran, enseñarles los ejercicios que necesitan y aplicarles los masajes de terapia para las distintas afecciones que allí se tratan.
Además, cuenta la institución con la consulta de una médica fisiatra, la Dra. Yaimari Ávila, -excelente profesional-, quien examina previamente a los pacientes y les prescribe las terapias que necesitan, de acuerdo a lo especificado por los médicos especialistas, según los problemas de cada uno de ellos. Hay también, en este centro asistencial una foniatra, Leidy Bravo, muy eficiente y dedicada, que atiende a los niños con dificultades del lenguaje, con el mismo esmero que trata a los adultos mayores. La misma dedicación la demuestra la podóloga Tania Aponte, quien para mi sorpresa estuvo 3 años asignada en el CDI- CRI Secundino Urbina, en Santa Ana de Coro, Falcón, y en más de una ocasión se bañó en las playas de Villa Marina, en Los Taques.  
Por la mística de trabajo de los hermanos cubanos, estoy seguro que esto sucede a lo largo y ancho de toda Venezuela, y debe servir de modelo a seguir por todos. En los CDI y CRI al pueblo se le atiende sin que se pague nada. En la Patria del Libertador Simón Bolívar, de Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro, la salud y la educación son gratis. Hay un Sistema de Salud Público con excelentes profesionales, y además, la Constitución Nacional les garantiza a los honorables doctores que así lo deseen, el ejercicio de la medicina privada en las clínicas. Pero el bloqueo económico de Mister Trump lo ha puesto a funcionar con dificultades.
Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, Dra. Michelle Bachelet, solicite y luche porque cese el cerco económico contra el pueblo venezolano, ya que este constituye un crimen de lesa humanidad. Créame, este es el clamor de todos los ciudadanos de Venezuela. A través de los Programas Sociales nos llegan los beneficios del petróleo y otros minerales como el oro; además hay abundante agua potable, tierras aptas para el cultivo, la ganadería, la agricultura; tenemos también mar territorial, lagos, ríos, lagunas para la pesca y embalses para criaderos de peces. Pero con el bloqueo económico el desarrollo autosustentable se dificulta.
Siempre hemos sido un pueblo trabajador y estudioso, en los campos y ciudades nos levantamos muy temprano a cumplir con nuestros deberes. Visite usted los estados montañosos, llaneros, agrícolas y costeros y evidenciará lo que le digo. Amén que nuestras poderosas industrias, petrolera, del hierro y del oro, que a pesar del criminal bloqueo no se hunden y dan un gran combate por el bienestar de nuestro pueblo.  
Es clave en el funcionamiento del CRI de Campo Alegre “Luis Bonilla” la secretaria Darlin Chacin, quien organiza y distribuye las historias -los cubanos acostumbran a llamarse entre ellos por sus nombres de pila, rara vez lo hacen por los apellidos, lo mismo sucede con los pacientes. Destacan también las terapeutas Anairis Mendoza y Aleniuska Acuña, en la aplicación a los pacientes de las terapias de magneto, calor, electricidad e hidroterapia. Con un el trato amable, cordial y humano, siempre con una sonrisa en la boca estas especialistas, en algunos casos calman los dolores y en otros los desaparecen. Resalta también la limpieza de las instalaciones, gracias a las obreras.
A continuación, entrevisto al terapeuta Evelio Estrada. Incansable dispensador de salud para el pueblo venezolano, nació en Granma, Cuba, es hijo de Alba Luisa Vegas y Evelio Estrada, nieto de Elba Estrada y de Leónides Vegas. Tiene 2 hermanos y una hermana (Elio Danis, Edisniel y Edisleidis). Una hija, Melanis Estrada Valera - su papá, a través de esta crónica le envía un beso del tamaño del universo-. Estrada sacó la primaria en la Escuela Fernando Echenique, el bachillerato en el Instituto José Martí y se hizo Terapeuta en Rehabilitación Física del Ministerio de Salud de Cuba.
En realidad, él no quería que le escribiese la crónica, me argumentaba que destacase el trabajo solidario y colectivo de todo el equipo cubano de salud, que interactúa en la institución. “Hermano Evelio, mi norte al hacerle esta crónica es divulgar el extraordinario trabajo que ustedes realizan en Venezuela por la salud y bienestar del pueblo venezolano, y le solicito sus datos para que todo el que la lee, sepa que ustedes son seres de carne y hueso; por otra parte, ya escribí un relato sobre la Misión Cubana”.
El terapeuta Evelio trata con mucha sicología a los niños, en especial a los que tienen problemas para caminar. Hasta les canta, y bromea con las personas de la tercera edad cuando les realiza los masajes, sobre todo los que sufren de fuertes dolores. “Jesús, no es fácil la vida aquí, los precios en los comercios todos los días, los comerciantes los cambian, vivo lejos del CRI y tengo que caminar, y estamos en invierno; pero nuestra mística de trabajo, el ejemplo que nos dio Fidel, el sentirme orgulloso de ser cubano me impulsa a vencer cualquier adversidad que se me presente. Además, la satisfacción personal que siento al ayudar a mis hermanas y hermanos venezolanos, al aplicarles sus terapias, es el profundo motivo que me mueve a laborar; de alguna manera yo les mejoro su calidad de vida que el bloqueo económico les ha deteriorado; pienso que el Señor Jesucristo me puso a hacer el bien, y aquí estoy ayudando en todo lo que puedo”.
  “Además Jesús, la Revolución Cubana nos ha enseñado a los cubanos que lo primero es el bienestar de la gente, del pueblo. Y así como yo pienso, piensan mis compañeros. No sabe usted cuánto extraño a mi familia, sobre todo a mi hija; por otra parte, al ser útil a los hermanos venezolanos, siento que la patria es toda la América Latina. Ustedes los venezolanos son la única familia que nosotros tenemos en estas tierras. Cuando yo le escucho decir a un hermano venezolano: ‘Evelio anoche pude dormir, el dolor de espalda, de las manos, del cuello, se me alivió con el masaje’; créame, vivo las palabras de Martí, Fidel, El Che y Camilo. Comprendo lo que significa: ‘La Patria es América’. Siento que ayudo a mi familia”.
“Como es extremadamente importante reconocer el trabajo en equipo, ¿podría usted decirme el nombre de algunos de sus colegas y otros trabajadores del CRI?” “Con verdadero gusto, ya que los resultados excelentes son el esfuerzo y la labor de todo el grupo. Jesús, ellos son: Aleniuska, Anairis, Yenni, Leidy, Yaimari, Tania y Ernesto”. “Bien, hermano Evelio, observo que el próximo 01-07-2019 es el día de su cumpleaños me adelanto en felicitarlo y desearle abundante salud y paz”. “Muchas gracias Jesús”.

miércoles, 12 de junio de 2019

EL CARNICERO OSWALDO CAMPOS CHIKE


   
     En enero del 2019, hace 6 meses, fui a solicitar por primera vez, una cita con la fisiatra del Centro de Rehabilitación Integral de Campo Alegre, Barcelona. La finalidad de esta consulta era que ella me indicara el tratamiento de terapia para mis manos.  Recuerdo que llegué muy temprano en la mañana, fui la tercera persona en la fila, entablé una conversación con un joven que ocupaba el segundo puesto y esperaba de pie con 2 muletas.
   “Buenos días amigo, hace frio y hay neblina, ¿a qué hora comienza la consulta?” “Tengo entendido que a las 8:30 am. Usted no parece de por aquí, en Barcelona hace bastante calor; pero en enero y febrero el clima es fresquito.” “Bien, yo me llamo Jesús, y efectivamente, vengo del Occidente, del estado Falcón, de una ciudad que se llama Santa Cruz de Los Taques, península de Paraguaná.”
“Yo me llamo Oswaldo, pero cuénteme señor Jesús, lo que le pasó a usted” “Tuve un aparatoso accidente de tránsito, iba en una moto y choqué contra un carro que se había detenido en la vía y estaba encendido, y el conductor no colocó el triángulo de seguridad, ni ningún otro aviso. Me fracturé la tibia, el peroné, la rótula y las 2 muñecas.” “¿Y por qué lo trajeron de tan lejos?” “Allá me operaron 2 veces; pero unos familiares decidieron trasladarme a Anzoátegui, en vista de que se me presentaron unos abscesos en la pierna que no curaban a pesar de los tratamientos con antibióticos. Yenni Duarte, una integrante del CLAP de El Viñedo, me llevó al CDI de Mesones donde me hospitalizaron, y allí una médica cubana al curarme la herida, me extrajo unas astillas de hueso que me producían la infección, y literalmente evitó la amputación de mi pierna. Hoy estoy vivo y camino gracias a esta doctora. Y luego, el Dr. Carlos Vásquez, excelente cirujano cubano, me intervino 3 veces más, en el CDI de Campo Claro, y todavía estoy a la espera de otra operación.”  
“¿Y a usted, Oswaldo, qué le sucedió?” “Yo iba en una moto, por mi canal, traía a mi novia de parrillera y me golpeó un camión que venía a toda velocidad, que se le habían ido los frenos y subió la isla, y me dio de frente,  salí disparado. Me salvé porque un policía me hizo un torniquete con mi correa y esto disminuyó la hemorragia. Gracias a Dios y a San Celestino a mi compañera no le pasó nada; pero a mí me amputaron los dedos y una parte del pie derecho. Menos mal, que los cirujanos traumatólogos del Hospital Luis Razetti me operaron y me salvaron la vida, y figúrese, mis familiares gestionaron y el Gobierno nacional me donó una prótesis. Ahora me remiten a los terapeutas cubanos. Me han dicho que son muy buenos…”
   “Amigo, los cubanos y cubanas son excelentes traumatólogos y terapeutas. En Cuba está uno de los mejores hospitales de traumatología del mundo, el Frank País. Esta rama de la medicina tomó allá auge, por los lesionados que regresaron de la guerra en Angola. Gracias al Convenio Cuba-Venezuela las operaciones y las terapias en los CDI y CRI se han hecho rutina en Venezuela.”
   “Oswaldo, yo escribo sobre las personas en mi blog de crónicas que está en internet y se publica también en Aporrea, ya que soy cronista, ¿podría usted hablarme de su vida?” “Con gusto señor Jesús: Nací en Barcelona, Anzoátegui, el 14-04-1997, mis padres son Oswaldo José Campos Chike y Delia Chike, mis abuelos paternos, Oswaldo Campo (difunto) y María Chike; mis abuelos maternos, Eladio Chike (difunto) y Otilia Guaigua. Tengo 3 hermanos, Carlos, Carolina y Katherine.  Estudié la primaria  en el Grupo Escolar República de Chile y saqué el bachillerato en el Liceo Ciudad de Barcelona, mi primer y único empleo fue de carnicero.”
   “Mi padre tiene una carnicería que se llama ‘Donde Carlos’, en Tronconal, mi papá vende a precios acordados, no especula y por eso es muy apreciado por la comunidad; allí aprendí todo lo relacionado con los cortes de carne y pesaje. Mi papá viajaba antes a distintos mataderos de Anzoátegui, en un camión cava a comprar carne. Hace tiempo fuimos hasta el estado Falcón, fue en un diciembre; íbamos cargados de perniles y carne de cochino que le solicitó un compadre; ya que por allá se vendía a buen precio; luego fuimos hasta el municipio Los Taques, y allí compramos carne de cabrito y chivo en un pueblo que se llama El Tacal. Toda esa carga la vendimos en el mercado de Puerto La Cruz a precio justo.”  
   “Nárreme algunos detalles de su accidente de tránsito, amigo.” “Resulta señor Muñoz, que el día del accidente mi madre me dijo: ‘Oswaldito, anoche tuve un mal sueño contigo, no salgas hoy en esa moto porque es diciembre y anda mucho gente pasada de tragos, y tengo el presentimiento que algo malo te puede pasar.’  Yo insistí en salir, no le hice caso a mamá. Si yo le hubiese hecho caso a mi madre no me hubiera accidentado; yo me excedí en la velocidad, la aguja no bajaba de 120 km, aunque ese día iba como a 80 km, ya que el caucho trasero estaba muy liso. Eso me pasó en la autopista viniendo en dirección a Barcelona.  Creo que Dios me dio otra oportunidad, hasta estoy pensando en seguir estudiando en la Misión Sucre; pero primero debo restablecerme por completo. Tuve mucho tiempo en silla de ruedas, ahora puedo caminar con estas muletas.”

lunes, 3 de junio de 2019

· EL OFICIAL RETIRADO TEÓFILO SANTAELLA ·


El 30-05-2019, el Oficial retirado de la Armada Bolivariana Teófilo Santaella escribió un artículo en Aporrea, dedicado a la memoria de su difunta madre Doña Luisa. El Oficial estuvo casado con mi difunta hermana Gladis Pastrano Freites y lo conocí en la Isla del Burro, en la década de los ‘60, cuando junto con mi mamá Rafaela Freites García de Muñoz visitaba a mi hermano Rafael Simón Pastrano Freites, quien también estuvo preso en el mencionado campo de concentración durante muchos años. Mi hermana Gladis, que en paz descanse, parió un hijo de Teófilo, Reinaldo Santaella Pastrano. Más de una vez visité la casa de Doña Luisa, aún más, la biblioteca de Santaella estuvo por años en mi casa, y allí leí numerosos libros que enriquecieron mi acervo cultural. Más de una razón me mueve pues, a incluir la publicación de Teófilo Santaella en La Crónica Taquense.
A continuación el escrito del Oficial Teófilo Santaella:
“A la memoria de mi madre.
El comienzo
Mi madre, Luisa Santaella, me inspiró para escribir este relato, alimentado por la fortaleza, la voluntad y el amor de esa buena mujer que me dio la vida. Era humilde, analfabeta y de un carácter bondadoso, pero fuerte cuando las circunstancias lo exigían. Lo que permitió que me criara, hasta los 10 años, bajo valores que ella instintivamente practicaba, sin que nadie se los hubiera inyectado. Un día me dijo: ‘Usted es sirviente de los Pérez, pero guarde la distancia con dignidad. No le agache la cabeza a nadie. Usted es pobre, pero es, sobre todo, un ser humano. Recuerde siempre: los ricos son los ricos. Ellos ven por sus ojos el dinero que ambicionan. Nosotros somos pobres, vemos por nuestros ojos la misericordia de Dios’. Nunca olvidaría ese mensaje”.
  
“Mi madre ejercía doble rol: el de madre y el de padre. Me parió en la casona de mi tía Carmen, a orillas de una quebrada. Era, como se conoce, una arrimada, cuando el 22 de julio de 1937 me fugué de su vientre y aterricé en este mundo. Supe, por encima, cuando arribé a los cinco años, que éramos tan pobres que mi madre, mi hermana y yo, respirábamos por cuotas. Pero no había amargura en nosotros. La servidumbre fue mi primer trabajo, cuando tenía seis años. Limpiaba, buscaba agua en la quebrada y sabaneaban burros en el potrero. Cuando caían y me agarraban potrero adentro esos aguaceros tramados, pensaba en mi mamá. "Dios me lo acompañe, hijito. Si llueve rece tres veces a San Isidro Labrador, él le ayudará que amaine la lluvia, y guárdese el miedo en los bolsillos. Dios me lo bendiga’ ".

“Un día, la lluvia fuerte, dura, como granito, me hizo huir del potrero antes de cumplir mi tarea. Cogí el camino, y entre charco y charco, enchumbado de pies a cabeza, iba acortado camino hacia la quebrada, pero el zumbido lejos era un presagio de la creciente. El ruido, parecido a un toro cuando lo hierran, se internaba en mis oídos, y llegaba el miedo. Era la señal de la crecida. El invierno estaba en la cima de las nubes. ‘Dios mío, ¿cómo haré para pasar el Paso del Tullío’?, pensé. Se llamaba así porque una vez, en una crecida, un hombre medio borracho había intentado cruzar las aguas embravecidas, y la endemoniada corriente se lo había llevado hasta clavarlo en una alambrada, que un pudiente había instalado para evitar que su ganado escapara. Y quedó atenazado por las púas, hasta que lo rescataron. Nunca más pudo enderezar su cuerpo y usar sus manos correctamente, de puras heridas que le maltrataron su carne viva”.

“Desde lejos, mi vista se estiró y pude observar un grupo de gente que estaba pendiente de mí, y había acudido al ‘Paso’ para animar a mi madre, que daba muestras de desesperación por el peligro que pudiera amenazarme. Con cada paso que daba hacia la quebrada, mi corazón saltaba como el de un niño con juguete nuevo. Avancé hasta que estuve a unos cincuenta metros de la orilla de las aguas que corrían como locas, serpenteando y levantando pequeñas olas que arrastraban palos, ramas y hasta algún animal muerto. Cuando estuve más cerca observé con nitidez a la imagen de la mujer que me había dado la vida. De pronto, mi tío Luis Escobar, bajo los efectos del licor, retaba a las aguas color barro, bravas como un toro cerrero, intentaba lanzarse para irme a rescatar. La gente le debilitó sus deseos, y se alejó del peligro”.

“Yo seguía a la espera. La lluvia había parado en grado sumo. Solo harineaba. Cuando percibí que una mujer se arremangó su vestido, y avanzó hacia las aguas con una mano en alto, como buscando equilibrio. De pronto un grito rasgó el silencio: ‘¡Señora Luisa, no lo haga! ¡Atrás, atrás!’ Y se lanzó, con decisión, y la frenó por un brazo. La llevó a tierra. Y recibió palabras de aliento que la tranquilizaron. Las aguas seguían bajando. Mi miedo se había ido con la lluvia. Sólo esperaba. Y llegó el momento en que vi como un jinete sobre su montura, empezaba a adentrarse en las aguas turbias. Rápidamente estuve montado en el anca del caballo y de regreso al lado de mi madre”.

“Todas estas vivencias las recordábamos ella y yo en un lugar distante a la del ‘Paso del Tullío’, 53 años después. Los años pasaron, uno tras otro, dejando huellas imborrables, como aquellos tres años que pasé en Ocumare de la Costa, a donde me había llevado mi padre, a pedido mío, a través de una carta donde le manifesté mis deseos de estudiar, por lo que le agradecía que me fuera a buscar a Sabana Grande de Orituco. Cosa que hizo y, permitió darle un giro de 360 grados a mi vida. En ese pueblo costero conocí el mar. Para mí era algo extraordinario, fuera de lo común. Mi mente no podía concebir tanta agua junta, permitiendo, además, que unos ‘bichitos’ de madera flotaran y trasladaran a personas de un lado a otro. Y mi sorpresa mayor fue cuando vi una red de pesca subir a la superficie cargada de peces, saltando como locos. A alguien le había oído hablar de la multiplicación de los peces… ¿Acaso era eso? ¿O yo estaba equivocado, como producto de mi mente febril?”
 
“Mi apuro por ver cosas y por aprender más me hizo tomar la decisión de irme a Caracas. ‘Papá, yo deseo irme a vivir con mi hermano Luis a Caracas. Te prometo que estudiaré por las noches y trabajaré durante el día’. Pero las cosas no resultaron tal y como lo había pensado. Con cuarto grado encima no se abría ninguna puerta para seguir avanzando, y, temprano, abandoné mis estudios de quinto grado por lo lejos de la Escuela en la cual me había inscrito, ubicada en El Calvario. Se trataba de una institución de enseñanza que me quedaba muy distante del cerro donde vivía, llamado ‘18 de Octubre’ ".

“Fue así como un día me encontré en la Comandancia de la Marina de Guerra, con un prospecto en mi mano. Seis meses después era Grumete, en Catia La Mar. Corría el año de 1954. Tres años después, en 1957 me gradué de Maestre de la Armada. Es decir, Suboficial. Por debajo del oficial, hasta que llegó un hombre llamado Hugo Chávez, y acabó con el ‘Sub’. (creó los Oficiales Técnicos). Iniciándose la década de los 60 comencé a oír de las guerrillas. Aquello me llamó la atención. Se habían producido varios alzamientos de militares en contra del gobierno de Rómulo Betancourt. Unos movimientos eran netamente de derecha. Pero estaba la izquierda preparándose, ya que según, los tres partidos principales que conformaban la ‘Ancha Base’ habían traicionado el espíritu del 23 de Enero de 1958.”

“Un día un compañero de armas, llamado Antonio Picardo, me invitó a dar una vuelta en su carro. En el trayecto me habló de lo que estaba en marcha. ‘¿Le echas pichón?’—me preguntó—. Le respondí: ‘Estoy listo’. Ambos éramos parte de la tripulación del Destructor Zulia. D-21. Fue así como en horas de la madrugada del 2 de junio de 1962, el trueno de los cañones y el tableteo de las ametralladoras despertaron a los borrachitos que dormían sobre los bancos de la Plaza Flores, en la ciudad de Puerto Cabello. Más tarde, con nostalgias oiría el bolero cantado por Felipe Pirela en honor a la referida plaza”.
  
“Rómulo Betancourt, también se despertó en sobresalto: ‘Esos son los Cabeza Calientes, infectados del comunismo exportado por Fidel Castro. Hay que exterminarlos como sea’, le ordenó a su ministro de Defensa-. ‘Treinta años de cárcel, para todos estos carajos’. En efecto, la Corte Marcial se afincó y pidió: 30 años para los tres cabecillas; 25 para los oficiales y 22.5 para los Suboficiales”.
  
“No reaccioné ante la sentencia. No podía creer que yo pudiera pagar tantos años de cárcel. Me movía como un zombi. Alimentando mi alma con la solidaridad entre nosotros, y la convicción que no pagaríamos esa pena. Estuvimos tres meses en reducidas celdas del cuartel Carabobo, donde nos torturaban con el eco de los instrumentos de música de la banda marcial. Escogían horas claves para hacernos el regalo de los ensordecedores sonidos. Los soldados de ese cuartel fueron los primeros que llegaron a combatirnos en Puerto Cabello. El ensañamiento era a toda hora y de acciones alternas, como pasarnos la comida en menajes rodados sobre el piso, a través de las rejas. En ese ínterin, tuvimos la visita del diputado José Vicente Rangel. Días más tardes nos permitieron ver a nuestros familiares desde lejos. Luego, sorpresivamente, nos trasladaron al Cuartel San Carlos, en Caracas”.

“En el cuartel San Carlos por fin pude ver a mi madre. Nos abrazamos. Así estuvimos un rato. El silencio nos atrapó. El tiempo pareció una eternidad, los años viejos se amontonaron a flor de piel. Sentí, en profundidad, los latidos de su corazón. Me imaginé que ella sentía los míos. Cuando nos separamos, ambos teníamos lágrimas que regaron nuestra cara. ‘Hijito, ¿cómo estás? ¿Cómo me lo han tratado? ¿Por qué hijo… por qué? ¿Por qué se metió en esto? Siento un gran dolor verlo así, como si me lo hubieran arrancado de mis brazos. Esa gente del gobierno dice muchas cosas… Que ustedes son comunistas, y que son unos traidores a la patria. Eso me dicen a mí que dicen ellos. Porque usted sabe que yo no aprendí a leer. Mi comadre es la que lee los periódicos y luego me cuenta… He estado pegada de José Gregorio Hernández, a quien le rezo todas las noches para que me lo proteja. Y a Dios lo molesto a cada rato’.

 “No sentamos agarrados de las manos. Y después de aplacar las emociones, comenzamos a recordar cuando la crecida de la quebrada y el ‘Paso del Tullío’. Ni siquiera tuve tiempo de revisar la bolsa que me entregó. ‘Allí le traje unos bollitos con chicharrón’, me soltó al oído.”

“Siempre, desde mis correrías de muchacho en Sabana Grande de Orituco, a mi madre la veían como una mujer y una madre ejemplar. Veía en sus ojos, algunas veces, mucha tristeza, pero en otras percibía a un ser humano de incalculable valor, y sobre todo de mucha esperanza. Recuerdo que una vez, luego de regañarme por un mandado mal hecho, me dijo: ‘Las cosas hay que hacerlas bien. Si usted barre donde los Pérez, hágalo bien. Si a usted lo mandan a hacer cualquiera tarea, cúmplala. No importa que le moleste, pero cúmplala. Eso sí, nunca baje la cabeza a nadie, por pobre que sea’.

“Cuando llegó la hora de despedirnos, me dijo: ‘Allá todos preguntan por su persona. Mi comadre reza y le pide a todos los santos que salga bien de esta lavativa. Lo dejo con Dios, en la próxima visita le traeré más bollitos de chicharrón… ¿Quiere que le traiga algo especial?’. Le respondí: ‘en el estante hay unos libros que deseo me traiga. Busque la ayuda de Carmen. Se trata las novelas de Rómulo Gallegos’. Nos despedimos con otro abrazo. Esta vez más corto. Se fue, y me dejó con más ganas de quererla.’

“La estadía en el cuartel San Carlos fue grata, no tan solo por la compañía de otros oficiales no pertenecientes ni al Carupanazo ni al Porteñazo. El ambiente entre unos y otros fue fraterno. Entre esos oficiales estaba uno que reconocí de inmediato: se trataba del general Jesús María Castro León, ex ministro de la Defensa, y quien se alzó en dos oportunidades contra Betancourt. Era una persona de baja estatura, de paso parsimonioso y un rostro indescifrable, adornado siempre con unos lentes ‘Ray Ban’ que no se los quitaba ni para dormir. Nunca, en el tiempo que estuve en ese lugar pude verle los ojos. Era parco en su habla, y difícil para entrarle, por lo menos para nosotros, los de izquierda.”

“En la isla del Burro la vida corría rápido, entre visitas y juegos de volibol, lectura de prensa, lectura y comentarios sobre rumores. Hasta que nos llegó la información de que el gobierno estaba preparando unas instalaciones especiales para los militares ‘remoqueteados’ de comunistas, en la isla del Burro, ubicada entre los estados Aragua y Carabobo. Se suscitó una polémica entre los oficiales de derecha y los de izquierda. El Comandante del San Carlos, mayor Pulido Tamayo, desmintió que hubieran dos listas: los que se quedaban y los que serían trasladados a la isla del Burro. Pero el rumor se confirmó cuando nos avisaron que debíamos prepararnos para el viaje. Eso originó un malestar, el cual desencadenó, la noche del traslado, en quema de colchones, protestas, gritos, etcétera.”

“En minutos cercanos a la media noche, todo había terminado para nosotros. Nos subieron en un autobús y dejamos atrás las ‘cómodas celdas’ del viejo cuartel San Carlos. En mis adentros, siempre conservé la esperanza de la llegada al Comando del cuartel de una contraorden. Pensaba en mi madre y lo que significaría para ella un traslado tan lejos de Caracas. Pero, pensaba en otras cosas: ‘Cómo nos recibirán los guardias, y, sobre todo, cómo será esa cárcel. Como sea estaremos peor que en el cuartel San Carlos, donde todo lo teníamos cerca’ ".

“El autobús, después de rodar y rodar, pasó por un pueblo que más tarde supe que se llamaba Magdaleno. Se internó por trozo de carretera de tierra y monte, y, de pronto, se paró. Habíamos llegado a la orilla de la conocida y famosa isla del Burro, la misma de donde en tiempos del presidente de Venezuela, general Medina Angarita, se había fugado, a puro nado, un famoso delincuente llamado ‘Petróleo Crudo’, quien fue indultado por el presidente, como un regalo por su hazaña. ‘En columna de a uno’, se oyó una voz de mando. ‘Abordar la gabarra’. Y subimos a la vieja embarcación (una gabarra) que nos trasladaría al otro lado, donde nos esperaban otros guardias. Veinte minutos después del zarpe, estábamos a merced de los guardias, con caras de perros rabiosos. Nos requisaron, y uno a un iniciamos el ascenso del terreno empinado hacia nuestro nuevo ‘hogar’.

“El recibimiento fue explosivo. No eran los guardias. Eran camaradas civiles, presos por diversas actividades políticas. Todos de izquierda. Allí compartimos por unos dos meses aproximadamente. Luego nos separaron. A ellos los llevaron a barracas acondicionadas para tales efectos. Eran unos barracones donde había camas de lado y lado. Con un baño en cada uno. Alambradas de púas electrificadas bordeaban el terreno sinuoso, donde estaban las instalaciones, y las garitas con guardias con armas largas. Se dijo, en aquella oportunidad, que en la construcción de la cárcel habían participado israelitas”.

 “Nosotros, los militares, estábamos mejor que los camaradas civiles. Cada quien tenía una habitación, puertas abiertas, sin comodidad, pero sin rejas. Un baño múltiple. Sin embargo, había una reja principal que nos separaba del exterior. Con barras gruesas, candados y cadenas gruesas. Así, entre esperanzas disminuidas, comenzamos a vivir una vida diferente. Comida incomible, guardias amenazadores, requisas a todo momento, e intentos de fuga”.

“El primer día de visita fue una fiesta entre presos y familiares. Abrazos, besos, saludos y las esperanzas de una corta estadía. Mi madre, como otras madres, esposas, hermanos y hermanas, primos, llegó cansada no sólo por el viaje, sino por lo torturante de la requisa de los guardias, y luego, vencer la empinada hasta llegar al portón. Además, de sus bollitos de chicharon (se hicieron famosos con el tiempo, entre mis compañeros), me trajo los libros que le había encargado estando en el San Carlos. Recibí los clásicos, y literatura Latinoamérica, donde destaca la novela Cacao, de Jorge Amado. También me incluyó, ‘Así se templó el acero’, de Nikolai Ostrovski, y el Manual de Marxismo Leninismo. Este último lo recibí días después, luego de ser bien revisado por las autoridades del penal. A cada libro le ponían un sello: REVISADO. En visitas posteriores seguiría trayéndome libros. Así nació mi pasión por la lectura, hasta el día de hoy. Los libros fueron mis fieles compañeros durante mi encarcelamiento, y aún lo son. Pienso que ya no puedo vivir sin mis libros”.

“Atendí a mi madre con cariño y mucho amor. Entró en horas de la mañana y partiría a las 4 pm, cuando sería requisada de nuevo, antes de abordar la gabarra y, luego de 20 minutos de travesía, se treparía al autobús para el regreso… Después del descanso almorzó conmigo, y antes de la llegada de la hora charlamos. ‘Hijo, por qué usted se metió en esto. Tanto que luchó por estudiar y subir, y ahora sometido a esta situación que me tortura el alma’. Y le respondí: ‘Perdóneme por los sufrimientos que le he generado, pero mis compañeros y yo estamos aquí por dar un paso al frente en contra de un gobierno despótico y represivo que nos enfrenta con armas, encarcelamiento y torturas. Muchos jóvenes estudiantes han sido asesinados en las calles de Caracas. Otros se han visto en la necesidad de irse a las montañas de Falcón y el Bachiller, en el estado Miranda, para combatir a las tropas que envía el gobierno a liquidarnos, sea como sea. Nuestra familia es el mayor soporte con que contamos en esta lucha. Usted, me motiva a seguir hacia delante, y a no bajar la cabeza, como me dijo un día allá, en Sabana Grande. Se acuerda: ‘Hijo, usted es pobre, como su hermana y como yo, pero nunca le baje la cabeza a nadie. Dios debe tenernos un mundo mejor’. Buscando ese mundo mejor es por el cual me metí en ‘esto’… ¿Me comprende?”

“El 4 de agosto, de 1967, en horas de la tarde, llegó a mis manos la constancia de mi libertad. ‘El suscrito Director Encargado de la cárcel nacional de Tacarigua, hace constar que el ciudadano TEOFILO SANTAELLA, salió en Libertad Plena en el día de hoy. Certificación que se expide a petición del interesado por carecer de documentos que lo identifiquen. Atentamente, Rafael Acuña’ ".

“Cinco años después, toqué la puerta del rancho donde habitaba mi madre, en la tercera vuelta del Atlántico, en La Silsa. Nos abrazos de nuevo. Como aquel abrazo en el cuartel San Carlos, este fue más largo, más intenso, y de mis ojos y de los ojos de ella brotaron las lágrimas. Lágrimas de libertad. Lágrimas de alegría, llenas de sol y de amor. Más tarde, cuando yo estudiaba en la Universidad Central, fui apresado por la DISIP, y llevado a los sótanos de ese órgano de seguridad, en Los Chaguaramos, con motivo del secuestro de Frank Niehous, presidente de la Owens Illinois, en Venezuela, ya que yo trabajaba en Maviplanca (empresa fabricante de vidrios planos), perteneciente al Grupo Owens, pero no pasó de un susto. Rápidamente fui liberado. Seguí fiel a mis principios, hasta hoy. Por otro lado, mi madre murió en 1995, en La Victoria, estado Aragua. Se sentó en una silla plegable que le había regalado para sus descansos, y se quedó tranquila y en paz. Se había ido, sin ver su mundo mejor”.