En 1998 disfrutaba yo
unas cervezas, sentado en el porche de una casa en Villa Marina que me había
alquilado mi amigo Segundo Silva, ubicada cerca de la playa. Con el relax de la
brisa marina, tuve las siguientes cavilaciones de la conciencia, que luego
escribí e intitulé La Palabra.
Escribía yo por aquella
época: poderoso es el efecto de la palabra sobre todos nosotros, hasta el punto
que, no solamente la acción de los seres humanos modifica la realidad, sino
también la magia del verbo transforma el mundo circundante. Prueba del papel
que juega la mezcla de los grafemas es que la sociedad contemporánea no
existiría sin la presencia de las palabras, las ideas y las oraciones. En
realidad, sin el idioma, el acontecer de las personas, el constructo llamado
estructura social no hubiese existido nunca; seríamos una especie animal
irracional más. El papel de la palabra es de tanto peso, que le escuchaba a mi
conciencia el otro día el siguiente monólogo con el más vivo interés:
“Vine al mundo a
descubrir el sentido de la vida, el cual era leer el periódico e ir variando de
gusto, según el tiempo que me tocaba vivir. Es decir, cuando apenas sabía leer
en la infancia, sólo me dedicaba a hojear las caricaturas de la página de
historietas, pero cuando Superman dejó de ser el campeón de la justicia y
comenzó a asesinar vietnamitas e iraquíes como arroz, invadió a Santo Domingo,
Panamá, Grenada, mató al Presidente Salvador Allende en Chile y lanzó bombas
inteligentes sólo mata-gente sobre las naciones que de alguna manera se oponían
a la sociedad de consumo y del libre mercado, me decepcioné de esta página. La
muerte del hombre de acero con balas de criptonita no me produjo mayor pesar”.
“Luego en mi juventud,
solo me interesaban del periódico las páginas deportivas: las grandes ligas, el
básquetbol, el béisbol, el fútbol, el hipismo, el boxeo y las olimpiadas; pero
en “la Gran Carpa” la mafia negociaba los partidos de béisbol; en el boxeo y en
el hipódromo no hubo pelea ni carrera que no fuesen arregladas, en las
olimpiadas los atletas se inyectaban sustancias prohibidas para ganar
competencias, pero lo que más me indignaba era el hecho que por aquellos
tiempos el equipo de mi país jamás figuró ni siquiera en un cuarto lugar”.
“En la madurez,
solamente leía el suplemento cultural y el acontecer político nacional e
internacional, pero un buen día las páginas literarias fueron eliminadas; dejé
también de leer sobre política agotado por tantos crímenes sin castigo y por el
egoísmo y el individualismo de los políticos, las noticias internacionales no
las leí más al no poder soportar ya más guerras y matanzas”.
“En la vejez, sólo me
dedicaba a la sección de los entierros y funerales, en la que siempre había
algún conocido quien obviamente se marchaba antes que yo; ya no tenía el
afortunado que soportar la crisis económica, la miseria, el hambre, la pobreza,
la corruptela, el paquete neoliberal, los atracos al erario público, el ver a
la mayoría de los ancianos sin pensión de vejez, el aumento de la gasolina, las
medicinas, los artículos de primera necesidad, la delincuencia desbordada, el
que los pobres comieran perrarina, la venta de nuestro petróleo y hierro a
paupérrimos precios”.
“Fui tranquilo y
sereno al funeral de un conocido, le di una mirada a la urna: no era de caoba
como antes, sino de metal. ‘Tanto que presumías que no se te caía el pelo y
total, la pelona te llevo antes que a mí, la preocupación por hacerte rico, tu
desespero por la ganancia, tu culto por el único dios de este mundo, el vil
dinero, te llevaron a la tumba’. Yo consolaba a la viuda joven y bonita aún, y
le inventaba anécdotas del difunto y ella me prestaba intensa atención,
mirándome con deseo”
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