domingo, 23 de abril de 2017

· EL DOCUMENTO HISTÓRICO ·

La historia es una ciencia que no puede observar los hechos que estudia. Estos acontecimientos ya no existen. No puede tampoco, experimentar: el historiador no provoca un hecho histórico para observarlo. El único método posible es la observación indirecta: indagación no de los hechos, sino de las huellas que dejaron. Partiendo de esas improntas, el experto en historiografía reconstruye mentalmente los sucesos, pero para reedificar esos hechos tiene, primero, que descubrir las relaciones entre esos rastros y después, rehace partiendo de esos vínculos, los eventos.
El historiador no empieza hallando los sucesos, para luego buscar las relaciones entre ellos; él descubre determinada relación entre los hechos, y es la existencia de ese lazo lo que hace reconocer a los eventos como históricos.
Sea un investigador de los sucesos históricos trabajando en un archivo. Tiene a su disposición infinidad de legajos. Los lee e inspecciona. No puede saber por su simple lectura y estudio, si son o no documentos históricos, es decir, escrituras que sirvan para reconstruir hechos pasados con significación. Tiene que seguir leyendo y examinando hasta que descubra una relación entre esos documentos; es decir, hasta que descubra su significado. Hallada la relación, esas huellas o restos del pasado se revelan entonces, como antes no se habían mostrado: como documento histórico; como documentos que están entre sí vinculados a hechos relevantes ocurridos. 
El registro de los pliegos no constituye la obra del historiador. Mientras no se descubra la relación significativa entre ellos, no son documentos históricos. Todos ellos son, por ser huellas, pergaminos del pasado; pero no todo escrito del ayer es documento histórico por la simple razón de que la historia no es la ciencia de lo acontecido a secas, sino “la ciencia del pasado que no se limita a ser pasado”.
 Las relaciones entre los pliegos no están dadas. El vínculo supone una actividad del investigador historiográfico; éste es, como toda mujer u hombre de ciencia, un observador activo, capaz de establecer conexiones. No procede arbitrariamente, porque las relaciones tienen que establecerlas entre los documentos, que son vestigios de lo acaecido sin las cuales la labor es imposible. Tampoco impone a los documentos una relación preconcebida, para forzarlos a entrar en ella. Esa es la falsa historia de quienes buscan, en el ayer, pruebas para sus concepciones teóricas.
Los manuscritos no hablan por sí mismo, ni son el eco de la voz del historiador. Éste habla con escritos, y al hablar con ellos, los convierte en documentos históricos si realmente la huella del pasado que hay en ellos, es histórica, y a la vez, los documentos históricos lo convierten a él en un historiador. Decía mi viejo, pero probo profesor de historia: “Querer que las hojas hablen por sí mismas, es caer en la pura objetividad; querer hablar sin material escrito es caer en la subjetividad. El documento es necesario, pero el manuscrito no es tal, si no significa, y significar es siempre expresar algo desde el punto de vista del hombre y de la época histórica dada. Esta es la verdadera relatividad histórica; que no quiere decir, como pretende el llamado “relativismo” que los hechos varíen según el punto de vista en que el historiador se coloque; los sucesos no varían, ni pueden variar, porque son ayer, y “el pasado es eterno como los triángulos”.

Nadie modifica lo acaecido, esto es imposible. Lo que es relativo, no es el hecho acontecido, sino la significación de ese hecho, y la significación de un acontecimiento sucedido, no se descubre en el ayer mismo, esto es imposible, sino en la investigación posterior a lo ocurrido”. Por último, recordemos aquí que: quien conoce el pretérito, sin discusión, está en la posibilidad real de dominar el presente.

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