domingo, 19 de enero de 2025

EL LIBERTADOR SIMÓN BOLIVAR SEGÚN LA DESCRIPCIÓN QUE HACE EN SUS MEMORIAS EL GENERAL DANIEL FLORENCIO O' LEARY.

  No se tiene una fotografía del Libertador Simón Bolívar y la razón fue que la fotografía se comenzó a desarrollar a finales de la década de 1830 en Francia. Se considera que el año de su creación fue 1839, cuando el gobierno francés liberó la patente del daguerrotipo. En cambio si se poseen fotos del Libertador de Argentina y Chile el General José de San Martín. 

A continuación reproduzco una descripción del Libertador Simón Bolívar escrita por Daniel Florencio O'Leary, Tomo XXVII, Página 486-489. Lectura Obligada para todos los venezolanos y las venezolanas.

  "Bolívar tenía la frente alta, pero no muy ancha y surcada de arrugas desde temprana edad (indicio de pensador). Pobladas y bien formadas las cejas. Los ojos negros, vivos y penetrantes. La nariz larga y perfecta: tuvo en ella un pequeño lobanillo que le preocupó mucho, hasta que desapareció en 1820 dejando una señal casi imperceptible. Los pómulos salientes; las mejillas, hundidas, desde que le conocí en 1818. La boca fea y los labios algo gruesos. La distancia de la nariz a la boca era notable. Los dientes, uniformes y bellísimos; cuidábalos con esmero. Las orejas grandes, pero bien puestas. El pelo negro, fino y crespo; lo llevaba largo en los años de 1818 a 1821, en qué empezó a encanecer, y desde entonces lo usó corto. Las pastillas y bigotes rubio; se los afeitó por primera vez en el Potosí. Su estatura de cinco pies, seis pulgadas inglesas.

  El Libertador Simón Bolívar tenía el pecho angosto, el cuerpo delgado, las piernas sobre todo. La piel morena y algo aspera. Las manos y los pies pequeños bien formados que mujer habría enviado.

  Su aspecto, cuando estaba de buen humor, era apasible, pero terrible cuando estaba irritado; el cambio era increíble. Bolívar tenía siempre buen apetito, pero sabía sufrir hambre como nadie. Aunque gran apreciador y conocer de la buena cocina, comía con gusto los sencillos y primitivos manjares del llanero o del indio. Era muy sobrio; sus vinos favoritos eran grave y champaña; ni en época de celebración nunca le vi beber más de cuatro copas de aquel o dos de éste. Cuando se servía, llenaba él mismo las copas de los huéspedes que sentaba a su lado.

  Hacia mucho ejercicio. No he conocido a nadie que soportase como él las fatigas. Después de una jornada que bastaría para rendir al hombre más robusto, le he visto trabajar cinco o seis horas o bailar otras tantas, con aquella pasión que tenía por el baile. Dormía cinco o seis horas de las veinticuatro, en hamaca, en catre, sobre un cuero, o envuelto en su capa en el suelo y a campo raso, como pudiera sobre blanda pluma. A su sueño tan ligero y a su despertar tan pronto debió la salvación de la vida en el Rincón de los Toros. En alcance de la vista y en lo fino del oído no le aventajaban ni los llaneros.

  Era diestro en el manejo de las armas, y muy diestro y atrevido jinete, aunque no muy apuesto a caballo. Apasionado por los caballos, inspeccionaba personalmente su cuidado, y en campaña o en la ciudad, visitaba varias veces al día las caballerizas.

  Muy esmerado en su vestido y en extremo aseado, se bañaba todos los días y en las tierras caliente hasta tres veces al día. Prefería la vida del campo a la de la ciudad.

  Detestaba a los borrachos y a los jugadores, pero más que a éstos a los chismosos y embusteros. Era tan leal y caballero que no permitía que en su presencia se hablase mal de otros. La amistad era para él palabra sagrada. Confiado como nadie, si descubría engaño o falsedad, no perdonaba alque de su confianza hubiera abusado.
  Su generosidad rayaba en lo pródigo. No sólo daba cuanto tenía suyo, sino que se endeudaba para servir a los demás. Pródigo con lo propio, era casi mezquino con los caudales públicos. Puede alguna vez dar oído a la lisonja, pero le indignaba la adulación.

  Hablaba mucho y bien; poseía el raro don de la conversación y gustaba de referir anécdotas de su vida pasada. Su estilo era florido y correcto; sus discursos y sus escritos están llenos de imágenes atrevidas y originales. 

  Sus proclamas son modelo de elocuencia militar. En sus despachos lucen, a la par de la galanadura del estilo, la claridad y la precisión. En las órdenes que comunicaba a sus tenientes no olvidaba ni los detalles más triviales: todo lo calculaba, todo lo preveía.

  Tenía el don de la persuasión y sabía inspirar confianza a los demás. A estás cualidades se deben, en gran parte, los asombrosos triunfos que obtuvo en circunstancias tan difíciles que otro hombre sin esas dotes y sin su temple de alma se habría desalentado. Genio creador por excelencia, sacaba recursos de la nada. Grande siempre, éralo en mayor grado en la adversidad. "Bolívar derrotado era más terrible que vencedor", decían sus enemigos. Los reverses le hacían superior a sí mismo.
  
  En el despacho de los negocios civiles, que nunca descuidó, ni aún en campaña, era tan hábil y tan listo, como en los demás actos de su vida. Metiéndose en la hamaca o paseándose, las más veces a lo largos pasos, pues su natural inquietud no se avenía con el reposo; con los brazos cruzados, o  asido el cuello de la casaca con la mano izquierda y el índice de la derecha sobre el labio superior, oía a su secretario leer la correspondencia oficial y el sin número de memoriales y cartas particulares que le dirigían. A medida que leía el secretario iba él dictando su resolución a los memoriales, y está resolución era, por lo general, irrevocable. Dictaba luego, y hasta a tres amanuenses a la vez, los despachos oficiales y las cartas; pues nunca dejaba una sin contestar, por humilde que fuese el que le escribía. Aunque se le interrupiese mientras dictaba, jamás le oí equivocarse ni turbarse para reanudar la frase. Cuando no conocía al corresponsable o al solicitante, hacia una o dos preguntas. Esto sucedía muy rara vez, porque, dotado de prodigiosa memoria, conocía no sólo a todos los oficiales del ejército, sino a todos los empleados y personas notables del país.

  Gran conocedor de los hombres y del corazón humano, comprendía a primera vista para qué podía servir cada cual; y en muy rara ocasión se equivocó.

  Leía mucho, a pesar del poco tiempo que sus ocupaciones le dejaban para la lectura. Escribía muy poco de su puño y letra, sólo a los miembros de su familia o a algún amigo íntimo; pero al firmar lo que dictaba, casi siempre agregaba uno o dos renglones de su letra. Hablaba y escribía  correctamente francés, e italiano con bastante perfección, de inglés sabía poco, apenas lo suficiente para entender lo que leía.

  Conocía a fondo los clásicos griegos y latinos, que había estudiado y los leía siempre con gusto en las buenas traducciones francesas.

  Los ataques que la prensa dirigía contra él le impresionaban en sumo grado y la calumnia le irritaba. Hombre público por más de veinte años, su naturaleza sensible no pudo vencer esta susceptibilidad, poco común en hombres colocados en puestos eminentes. Tenía alta opinión de la misión sublime de la prensa, como fiscal de la moral pública y como freno de las pasiones. Al buen uso que de éste agente civilizador se hace en Inglaterra atribuía él la grandeza y moralidad del pueblo inglés".



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