Para ser de verdad bolivariano, hay que
conocer a Bolívar; de lo contrario, se es cualquier otra cosa menos
bolivariano: “Si la naturaleza se opone a nuestros designios, lucharemos contra
ella y haremos que nos obedezca”.
El General
Simón José Antonio de La Santísima Trinidad Bolívar Palacio, El Libertador, no
fue ni de los que se cansan, ni de los que traicionan un ideal. Los hombres
pasan, las ideas perduran; pero los seres humanos capaces de sacrificarlo todo
por una causa justa, los que actúan como piensan y piensan como actúan, si
logran dar las respuestas certeras al momento histórico que viven, casi siempre
tienen un destino excepcional y de magna trascendencia. Bolívar fue uno de
estos monolíticos moldes, un hacedor de sueños de imborrable impronta. Su práctica
política y su condición de genial estratega militar le hicieron pasar al mundo
de los inmortales, de los grandes.
En
toda la historia de nuestra América, ninguna vida asume mayor interés ni
dramatismo más intenso que la del extraordinario hijo de Caracas, quien nace el
24 de julio de 1783. Estadista integral, hombre de teoría y acción, logró
plasmar sus pensamientos constitucionales y legislativos, sus estrategias y tácticas
guerreras al vencer enemigos, libertar pueblos y crear naciones. El hecho de
casi consolidar una América Latina unida, una gran nación hispanoamericana, por
sí solamente lo hacen meritorio a ocupar un lugar entre los grandes estadistas
de la humanidad.
El
Libertador muere el 17 de diciembre de 1830; pero no realmente de tuberculosis,
sino llevado al patíbulo por los enemigos de la Patria, los oligarcas. Pero Simón
Bolívar no fallece solo, morirán los dos gigantes juntos: Colombia y El
Libertador, la obra y el genio. Va al sepulcro no por la enfermedad física,
bien que ello puede creerse porque en efecto el padecimiento era grave, sino
que la tisis no era otra cosa que la manifestación de profundas causas.
Los
godos minaron su salud o quizás como dicen algunos, los oligarcas bogotanos,
dirigidos por Francisco de Paula Santander Ocaña le mandaron a envenenar, lo
cierto es que le persiguieron hasta hacerle morir. “El General Vencedor de las Dificultades”,
el genio que fulguró en el Campo de Marte libertando 5 naciones, el brillante y
probo legislador, es sometido a juicio por los corruptos oligarcas, quienes
eran tan ladrones del erario público que Bolívar tuvo que dictar un decreto de
pena de muerte para tratar de ponerle coto a sus fechorías.
Le
abre la oligarquía tramoyista y corrupta santanderina al Libertador el más bochornoso de los procesos que conoce
la historia política de nuestra América, elaborándole una sentencia funesta: los
intentos de magnicidio, la persecución ideológica y la expulsión de la Patria. El
asesinato en Berruecos del Mariscal Antonio José de Sucre Alcalá, “el Abel de
Colombia”, la primera víctima de los alevosos desmanes de la clase política
latifundista.
La
felonía de José Antonio Páez Herrera, el más ambicioso de las nuevas promociones
de terratenientes, a quien le estaba reservada tanta gloria como al General Bolívar,
pero la llena de detritus al ingresar al acontecer histórico por la puerta
fangosa de la traición, cuando firmó la expulsión del Libertador del territorio
venezolano. Pero ¿cuáles argumentos esgrimen los enemigos de la Patria contra
el Jefe Supremo de la Guerra a Muerte por la libertad?
Lo persiguen por decretar la educación popular, la
justicia social, la abolición de la esclavitud, la eliminación de la
servidumbre de los indígenas, la nacionalización de las riquezas mineras, el
reparto de los bienes incautados entre los combatientes de la Independencia. Lo
acusan de posiciones anticlericales porque reprimió y mandó a fusilar a más de
un cura realista durante la guerra de emancipación; estos ponían a Dios de
parte del Rey de España y en contra de la República. Este es el Simón Bolívar
perseguido y acusado, que a pesar de estar consciente de la necesidad de la
guerra civil para el exterminio de los enemigos internos del ideal bolivariano,
la evita. “¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria.
Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo
bajaré tranquilo al sepulcro”.
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