viernes, 20 de diciembre de 2019

Doña Soraya Sanz (Candelaria)


A principios del mes de noviembre de 2019 estuve en la ciudad de Santiago de León de Caracas por motivos de salud, y aproveché la oportunidad para visitar el Salón de la Patria, sala de exposición que se encuentra al lado del Palacio de Miraflores, en un edificio donde funcionó el SIFA. Allí fue torturado y asesinado Fabricio Ojeda en los tiempos de la IV República. En este salón se exponen las portentosas obras de arte, de profundo contenido patriótico, realizadas por el renombrado Maestro Efraín “Chepín” López.
En aquel lugar conocí a la recordada artista de arte dramático y televisión Soraya Sanz, quien formaba parte del elenco del programa La Quinta de Simón, que se transmitía por la televisora venezolana Venevisión, en la década de los 60. Nuestro encuentro fue del todo fortuito, Doña Soraya esperaba sentada a mi lado para hablar con su amigo el pintor “Chepín”. Entablamos una amena conversación y de pronto vinieron a mí recuerdos de la niñez, cuando me dijo que ella era Candelaria, y que por muchos años trabajó con el recordado Simón Díaz. Sin pensarlo dos veces le propuse escribirle una crónica, y ella aceptó con una muy expresiva sonrisa.
“Doña, yo soy un cronista y me especializo en escribir sobre la vida de las personas, tengo un blog de crónicas que es leído en nuestro país y fuera de él, por favor le agradezco me hable sobre los avatares de su existencia.” “Con mucho gusto señor Muñoz. De entrada le diré que yo nací el 20-09-1937, en un caserío de nombre Los Martínez que pertenece al pueblo de Mamporal, en Barlovento, estado Miranda; el mes pasado cumplí 82 años. El amigo “Chepín” nació el 23-09-1936, él es invitado de honor de mi cumpleaños, siempre se aparece con un buen regalo y a los tres días celebramos el suyo; mi compañero y mi familia le aprecian mucho, admiramos su pasión por la historia de la Patria que plasma en sus pinturas y murales.”
“Sabrá profesor, que yo tuve tres mamás quienes me quisieron muchísimo,” “¿Y cómo es eso, mi estimada señora?” “Mi madre Justa Sanz, mi abuela Mónica Sanz y mi bisabuela Rafaela Sanz. Nuestro pueblo en aquellos tiempos era un caserío de madres solteras, ya que los hombres preñaban a las mujeres y las dejaban por otras, a su suerte. No sé en realidad quién fue mi padre, ni mi abuelo y menos mi bisabuelo, esos señores no existieron en mi vida; mi infancia y adolescencia estuvo llena de trabajos, fue durísimo. Desde muy pequeña me dediqué a acompañar a mis mamás en las labores del campo, sembrábamos yuca, mapuey, ocumo, auyama, ñame, caña, maíz, así como plátano, cambur, frijoles y caraotas; hacíamos casabe; recolectábamos cacao y criábamos gallinas; fui tarde a la escuela, pero me gustaba aprender y hacer mis tareas escolares.
Mis hijos se llaman Gerardo Sanz, Yoel Sanz, Lucrecia Padrón Sanz, Nayely Padrón Sanz y Aníbal Salazar, tengo 15 nietos y 10 bisnietos. Me fui a Caracas muy joven y me vinculé al arte dramático un bue día que fui a un programa radial de Enrique Benshimol en la emisora Radio Difusora Venezuela. ¿Y de dónde es usted cronista?”
“Del municipio Los Taques de Falcón”, “¡Válgame Dios! Yo conozco Los Taques, en mi juventud yo viajé por esas tierras.” “¿Podría hablarme de ese viaje?” “Sí, eso ocurrió hace años, visitaba unas amigas en Coro, y mi amiga Enriqueta me habló de las bellas playas de Villa Marina, eso fue en diciembre de 1965, lo recuerdo como si fuera ahora. Llegamos a Punto Fijo, yo estaba disfrutando de un corto permiso que, después de mucho rogarle a Simón, me dio el canal. Era muy engorroso grabar episodios adelantados, ya que salían muy costosos, pero en fin, llegamos un 15 a Los Taques, el recorrido lo hicimos por una carretera estrecha, que prácticamente iba bordeando la costa, y me invitaron a una misa de aguinaldo en la iglesia de ese bello poblado, la gente salía de la misa y se congregaban en la plaza a bailar y tocar instrumentos musicales.
Era todo un espectáculo, no parecía que Venezuela estuviese estremecida y convulsionada por la lucha armada contra el gobierno de Raúl Leoni Otero. Yo simpatizaba con los guerrilleros, pero lo guardaba como un secreto. Como a las 8 de la mañana conocí el pueblo de Villa Marina, -donde comí unas sabrosísimas empanadas de cazón, la natilla con arepa pelá y almorcé el delicioso chivo en coco-; el poblado está situado a pocos minutos de Los Taques, posee unas acogedoras playas y quizá después de las playas de Barlovento estas sean las más hermosas, azules y tranquilas del país. En aquellos tiempos había mucha pobreza y personas necesitadas por todas partes, y la gente vivía con miedo y zozobra, pero en aquel bucólico caserío se respiraba tranquilidad y paz”.

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