En
días pasados tuve noticias del Teniente de Navío de la Armada Bolivariana, en situación
de retiro, Teófilo Santaella, escritor y periodista, participante de El Porteñazo
-insurrección militar contra Rómulo Betancourt que se produjo a causa de la orientación
proimperialista de aquel gobierno. Me enteré que el amigo Teófilo se encuentra desde
hace un año en Querétaro, México, aquejado de problemas de salud.
Como
a las 10 am del domingo 26-04-2020, entablé una conversación telefónica con él.
Conocí a Teófilo en la Isla del Burro o Tacarigua, en el lago de Valencia, cuando
visitaba junto con mi madre Rafaela Freites de Muñoz y mi hermana Gladys Pastrano
Freites -que en paz descansen- a mi hermano Rafael Simón Pastrano Freites, preso
político quien se encontraba cumpliendo condena de 25 años por rebelión militar
en esa cárcel o campo de concentración. Él fue herido en un enfrentamiento en La
Azulita. Luego a Santaella, al salir de la prisión después de casi 6 años de estar
bajo la ignominia de sus carceleros, lo recibimos en nuestra casa de El Observatorio,
barrio La Libertad, sector 23 de Enero, Caracas, en el año 1967, exactamente.
Realmente,
fue una sorpresa, después de 56 años escuchar la voz de este insigne compatriota
quien participó en los sucesos de El Porteñazo en 1962. A continuación, algunos
extractos del diálogo que sostuvimos:
“¡Chucho.
tantos años sin hablar contigo!, tus crónicas son muy leídas en internet, te llamo
para saludarte y felicitarte por el excelente trabajo que estás realizando. Pronto
voy a cumplir 83 años y me gustaría que publicaras mi crónica en tu blog; aquí en
México, como en otros países, eres muy leído. ¿Cómo está tu familia? Me enteré de
la muerte de tus padres y del accidente que tuviste…” Después de hablar sobre familiares,
amigos y recuerdos, centré el diálogo en el aspecto cronical.
“Amigo
Teófilo, extraordinaria y digna de ser reseñada y conocida por las generaciones
futuras es la labor de escritor que tú has realizado a través de tu larga existencia,
amén de tu participación en El Porteñazo, tus años como preso político, tus dotes
de gerente honesto en Maviplanca y el haberte mantenido fiel a tus ideas revolucionarias.
Tu existencia la has vivido con dignidad y autenticidad; si se pesaran en la balanza
de la vida tus acciones meritorias, sin duda la balanza se inclinaría a tu favor.
Amigo Teófilo, la vida no es digna de ser vivida sino cuando la ennoblece un ideal,
y tu existencia siempre ha estado ennoblecida por la justicia social”.
He
aquí algunos extractos de la vida del Teniente de Navío retirado Santaella, según
lo manifestó a este Cronista:
“Nací
el 22-07-1937, en Sabana Grande de Orituco, estado Guárico, a orillas de la quebrada
San Antonio donde comenzaron mis ansias de aprender, sin que nadie me las hubiera
inculcado, pues mi madre era analfabeta y firmaba con una X. Aprendí a escribir
y leer un poco bajo un frondoso árbol de mango, le escribí una carta a mi papá,
quien vivía en Ocumare de La Costa, estado Aragua. ‘Papá venga a buscarme que quiero
aprender’. Para inscribirme en la Escuela D’ Luyar de Ocumare me hicieron una evaluación,
y decidieron ponerme en segundo grado. Estudié hasta el cuarto grado, y le dije
a mi padre que deseaba irme a Caracas”.
“Mi
desesperación por estudiar sufrió un frenazo en Caracas. Las cosas no salieron como
las había pensado. Yo vivía en un rancho con mi hermano Luis, ubicado en pleno cerro
18 de Octubre. El caso es que la escuela más cercana quedaba en el Parque El Calvario,
muy cerca de El Silencio, urbanización diseñada por el arquitecto Carlos Villanueva,
en el corazón de Caracas. Debía caminar mucho (subir y bajar cerro) y dar más vueltas
que un trompo. Luego cuando terminaba la clase ya era de noche. Además del
peligro para un muchacho, se aunaba el cansancio”.
“En
Caracas hice de todo. Trabajos duros, no aptos para un menor de edad. Desde ayudante
de albañil, hasta descargador de camiones en los galpones de Catia. En fin, el tiempo
pasó sin novedad hasta que distinguí en una calle de Catia un marinero. Me acerqué
a él y le pregunté que con que grado podía ingresar a la Marina, como grumete. ‘Solo
requieres cuarto grado’ me respondió’. En el mes de junio de 1954 ingresé en la
Escuela de Grumetes. Mi decisión arrojó sus frutos. A mediados de año llegó un memorándum
al Comandante del buque La Patria, donde se especificaba que aquellos marineros
que tuvieran sexto grado podían ingresar, previo examen, a la Escuela de Sub-Oficiales
de la Armada”.
“De
pronto me encontré uniformado como alumno de la Escuela de Sub-Oficiales de la Armada,
en Catia La Mar, corría el año 1956. No fue fácil el cambio. Aquello era duro, muy
duro. Sobre todo, el pensum de estudio: Física, Química, Matemáticas, Electricidad,
Castellano, Arte Naval, entre otras materias. Tenía que hacer un gran esfuerzo.
Apenas contaba con cuarto grado, en cambio mis compañeros contaban con sexto grado
o primer o segundo año de bachillerato e inclusive algunos, tercer año.
Fue
así como me encontré en el despacho del oficial director de la Escuela, el Teniente
de Fragata Rojas Graffe. Le expuse mis motivos por el cual deseaba abandonar. Esta
fue la respuesta: ‘Mire alumno, usted sabe que el llanero no se encoge ni en invierno
ni en verano. De media vuelta y piérdase de mi vista, carajo.’ Me quedé y me gradué
como Maestre de Tercera y mi destino el destructor Zulia ARV 21. Mi especialidad
era la de máquinas principales”.
“Empecé
a oír rumores de lo que se avecinaba. Se hablaba del dictador Marcos Pérez Jiménez
y su inminente derrocamiento. En las calles de Caracas se suscitaban encuentros
entre la policía y los opositores. Así, entre acuartelamientos, llegó la madrugada
del 23 de enero de 1958. Mi buque, junto a todos los integrantes de la Escuadra
Naval, salieron al mar cerca de La Guaira e hicieron sonar las sirenas”.
“Mi
madre se llamaba Luisa Santaella y mi papá Luis Gascué. Me casé tres veces: el primer
matrimonio con Carmen Camacaro, luego con Gladys Pastrano y actualmente con Celina
Cisneros, impulso vital de mi existencia; mis hijos a quienes les profeso profundo
amor son: Reinaldo Rafael Santaella Pastrano, Meritza, María Eugenia y María
Fernanda Santaella Cisneros; tengo un nieto, Benjamín Eduardo Hernández Santaella,
y dos nietas, Arantza Valentina Hernández Santaella y Micaela Alejandra
Hernández Santaella; además mi hijo político o yerno se llama Diones Eduardo Hernández
Lugo”.
“Mi
destructor navegaba por todas las costas de Venezuela y surcaba los mares del mundo;
nunca estuve en Falcón, pero recuerdo en mis tiempos de Grumete haber conocido unos
nuevos de Amuay, muy buenos compañeros, pero alborotados y parranderos como todos
los jóvenes de mi generación”.
“Chucho,
de El Porteñazo puedo decir que, saliendo el sol el día sábado 2 de junio de 1962,
comenzó la insurgencia militar en la base naval Agustín Armario de Puerto
Cabello, dirigida por el Capitán de Navío Manuel Ponte Rodríguez, el Capitán de
Fragata Pedro Medina Silva, el Capitán de Corbeta Víctor Hugo Morales y otros marinos
que hoy viven, quienes participamos, como el Capitán de Corbeta Miguel Henríquez
Ledezma, el Teniente de Navío Teófilo Santaella, el Teniente de Fragata Carlos Fermín
Castillo, el Teniente de Navío Pastor Pausides González, el Teniente de Navío José
Ramón Meléndez, el Teniente de Fragata Alberto Leal Romero, el Alférez de Navío
Otoniel Picardo Román y su hermano el Teniente de Fragata Antonio Picardo Román”.
“Inmediatamente
de haber sido tomada la Base Naval y el Fortín Solano, se liberaron 80 prisioneros
políticos que se encontraban en el Castillo Libertador, ubicado en la misma área
de la base. Habían sido concentrados allí, traídos desde varias cárceles del país.
De inmediato se incorporaron al combate en varios lugares de la ciudad. En una esquina
conocida como La Alcantarilla fue donde se produjo el mayor número de muertos y
heridos de ambos bandos. Con mucho dolor y tristeza recuerdo aquí a los marinos,
infantes de marina y gente del pueblo que fallecieron como consecuencia de los combates”.
“Tres días después, luego de ser capturados los jefes
del alzamiento, cae el último reducto de los insurrectos, el Fortín Solano, después
de ser bombardeado por la aviación. El 3 de junio, el Ministro de Relaciones Interiores
anunció que, desde el amanecer, las Fuerzas Armadas leales al gobierno habían puesto
fin a la rebelión con un saldo de 400 muertos y 700 heridos”.
“En los acontecimientos de El Porteñazo estuvo la presencia
del glorioso Partido Comunista de Venezuela y del MIR; nosotros éramos oficiales
y suboficiales patriotas que simpatizábamos con la izquierda. Nos alzamos impulsados
por la búsqueda del bienestar social y económico de los más necesitados y excluidos
de siempre, por la ira y arrechera que nos producía la política de persecución,
encarcelamiento y exterminio de numerosos patriotas tanto civiles como militares,
la violación de los derechos humanos, la criminal práctica de disparar primero y
averiguar después, así como el catastrófico gobierno de AD, COPEI y URD, donde imperaban
el hambre, el desempleo y la entrega del petróleo al imperialismo yankee, estas
razones nos obligaron a alzarnos en armas”.
“En los gobiernos de la IV República, de Rómulo Betancourt,
Raúl Leoni, Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez, fueron torturados, asesinados
y desaparecidos 11.500 venezolanos por diferencias políticas e ideológicas. Fue
un error táctico no haber enfrentado a las tropas del gobierno en las estrechas
carreteras que en aquellos tiempos unían a Valencia con Puerto Cabello, allí los
hubiéramos derrotado”.
“Chucho, yo en realidad no recuerdo qué pasó en los
destructores Clemente ARV y Morán ARV, yo estaba asignado en el Zulia ARV 21. Nosotros
no nos hicimos a la mar porque el buque estaba en reparación en la rada. Tú me preguntas
si es cierto que los dos primeros destructores mencionados, bombardearon por órdenes
de Betancourt las instalaciones de la infantería de marina… de ese episodio no tengo
noticias”.
“Los tres barcos estaban en manos del gobierno, Chucho.
No sé quiénes eran los comandantes del Clemente y el Morán, sin embargo, el Zulia
ARV 21 era comandado por el Capitán de corbeta interino Galaviz Collazo, ya que
el titular no se encontraba a bordo porque el Zulia no estaba operativo. Los complotados
en el buque eran el Teniente Wallis Medina Rojas y mi persona. Una vez que Galaviz
Collazo se traslada al Clemente, yo apresé al Teniente de Navío Eneas Ribas, quien
era el oficial que quedó al mando, lo apunté con un fusil FN30 y grité “Viva
Cuba”, lo encerré, y el buque quedó bajo el mando de oficiales que estaban en el
movimiento”.
“A las 7 am del día 2 de junio de 1962 los dos comprometidos
del destructor Zulia, Wallis Medina y mi persona, estábamos a la espera del Teniente
Carlos Fermín. En su lugar llegaron el Alférez de Navío Otoniel Picardo y el Teniente
de Fragata Antonio Picardo, hermanos. El Capitán Collazo los mandó a subir con engaño
a bordo y los hizo arrestar en los camarotes; una hora después detuvo al Teniente
Fermín Castillo, luego fue detenido el Teniente Wallis Medina; quedándome yo solo
a la expectativa, decidí liberarlos para lo cual contacté al maestre Armando Martínez.
Entre ambos desarmamos a los marineros que custodiaban a estos oficiales, quienes
salieron de inmediato dispuestos a combatir. Fermín Castillo, quien era el oficial
más antiguo, se erigió como comandante del buque e izó una bandera blanca, declarando
al buque en posición neutral”.
“De esta manera quedó el Zulia ARV 21 en manos del movimiento.
Por otro lado, yo apunté con un fusil al Teniente de Navío Eneas Ribas, quien era
el oficial que Collazo había dejado al mando mientras este último se dirigía al
destructor Clemente RSV. Cuando todas las fuerzas del gobierno controlaron el escenario,
el propio Galaviz Collazo, con un grupo de soldados, se llevó presos a los oficiales
revolucionarios. Media hora después, este capitán volvió al barco y nos llevó presos
a los maestres Luis Armando Martínez y a mí, yo puse el dedo en el gatillo e iba
a comenzar a disparar, pero la superioridad numérica de los contrarios y el saber
que se había perdido me hizo desistir; yo en ese momento estaba lleno de odio, por
la actitud traidora de Galaviz, quien nos llevó esposados al Castillo Libertador
y mandó a la tropa a quitarnos toda la ropa, completamente, nos metió en una fosa
y tomó una manguera y llenó la fosa de agua y tuvimos flotando casi un día, la intención
era que nos ahogáramos”.
“Años después, cuando ejercía como periodista egresado
de la UCV, y trabajaba como fablistán y locutor en la emisora Festiva 99 FM, entrevisté
al Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, y al estrechar su mano y conversar con aquel
hombre, tuve la premonición que el destino le tenía reservado un papel significativamente
crucial en la historia de nuestra Patria: desde ese momento me hice chavista y moriré
chavista. Además, él me ascendió a Teniente de Navío”.
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