miércoles, 6 de junio de 2018

· LA MISIÓN DEL RELÁMPAGO ·


Recuerdo que hace años, en mi oficina de la Dirección de Educación de la Alcaldía Bolivariana de Los Taques, le dictaba este artículo a mi secretaria María Morales cuando de pronto entró el amigo Raúl Mangarret -que en paz descanse-, se sentó y después de escuchar por largo tiempo, me dijo: “Profesor Muñoz Freites, ¿cuántos libros se ha leído usted?” “Mangarret, según un aforismo, el mejor amigo del hombre no es el perro sino el libro; créame, mis amigos los libros son bastantes”.
Tsen Lu le comunicó a Confucio 1500 años atrás en la China milenaria: “El Príncipe Wei se propone encargaros del gobierno. ¿Cuál será la primera medida que tomaréis, Maestro?”. Confucio le dijo: “Restablecer la significación verdadera de los nombres para poder hacer un buen gobierno”. Otro discípulo le preguntó al filósofo chino: “¿Cuál es el principio de un buen gobierno?”. Confucio le respondió: “Que el príncipe sea príncipe, el ministro sea ministro; pero sobre todo, que el padre sea verdaderamente padre y el hijo verdaderamente hijo”. He aquí la dialéctica de la vida familiar, la clave de un gran problema vivencial.
El hijo es verdaderamente hijo cuando tiene un buen padre, aquí no hay discusión posible. Ahora bien, el papá debe incondicionalmente ejercer su función de tal, independientemente de cualquier circunstancia, no hubo ni habrá jamás excusa para que un progenitor no asuma su rol y abandone a sus descendientes. Cuando el golpe fatal de la muerte rompa el cristal de nuestras vidas, qué mayor satisfacción la de saber que no nos va a tocar la simple tarea del relámpago, parpadear un momento en la profunda noche de la eternidad sin principio ni fin, para retornar a hundirnos en la nada, ya que nuestras simientes, nuestros bien amados hijos, los hemos criados de tal buena forma, los hemos hecho mujeres y hombres de bien, para que continúen en el mundo ocupando mejores lugares de los que estamos dejando en la tierra. Gracias a nuestros retoños podemos señorear en la eternidad de los tiempos, podemos ser finitos e infinitos a la vez.
¡Morimos! ¡Pero nuestros descendientes continuarán! ¡Qué mayor orgullo decir que nuestra progenie nos supera en inteligencia, habilidades, destrezas, estudios y profesiones! ¡Qué maravillosa es la naturaleza! ¿Cómo no criar?, ¿Cómo abandonar o no ayudar a salir adelante a nuestros vástagos? ¡Si ellos son carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre, nuestra más preciada esperanza y fe! ¡Ellos no nos pidieron que les engendráramos, que le diéramos el pasaporte para entrar al mundo! La responsabilidad de esta acción fue y es, solamente nuestra, a pesar que se preña a las hembras cuando ellas quieren, porque las mujeres dicen cuándo, cómo y dónde.
Todo hijo necesita un progenitor, alguien que le guíe por los intricados caminos de la existencia, que le dé el consejo oportuno, que no le deje morir de hambre y además construya las sólidas bases que le permitan educarse e instruirse. El nacimiento de un nuevo ser humano no es accidental. No somos unos microbios insignificantes, unas infinitesimales partículas en la guadaña de los tiempos, sino semidioses en busca de la inmortalidad perdida. Lo que está de por medio es la perpetuación de la única especie del planeta que tiene conciencia de sí. Cada nuevo niño que nace tiene una inconmensurable importancia. Hay en este país más de 1.000.000 de niños y niñas abandonados que necesitan de sus padres. Pensamos que es buen día para que muchos se hagan un examen de conciencia, y con la prisa del que sabe que la vida es breve y el castigo eterno, ir de inmediato a buscar el hijo abandonado que clama por el amor paternal.
Por la paz espiritual y material de nuestros hermanos en Cristo, los pobres, por la construcción de una nueva sociedad: El socialismo libertario con rostro humano donde impere la justicia social, ¡que no haya nunca más infantes abandonados por sus padres!

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