Recuerdo que hace años, en mi oficina de la Dirección de
Educación de la Alcaldía Bolivariana de Los Taques, le dictaba este artículo a
mi secretaria María Morales cuando de pronto entró el amigo Raúl Mangarret -que
en paz descanse-, se sentó y después de escuchar por largo tiempo, me dijo:
“Profesor Muñoz Freites, ¿cuántos libros se ha leído usted?” “Mangarret, según
un aforismo, el mejor amigo del hombre no es el perro sino
el libro; créame, mis amigos los libros son bastantes”.
Tsen Lu
le comunicó a Confucio 1500 años atrás en la China milenaria: “El Príncipe Wei
se propone encargaros del gobierno. ¿Cuál será la primera medida que tomaréis,
Maestro?”. Confucio le dijo: “Restablecer la significación verdadera de los
nombres para poder hacer un buen gobierno”. Otro discípulo le preguntó al
filósofo chino: “¿Cuál es el principio de un buen gobierno?”. Confucio le respondió:
“Que el príncipe sea príncipe, el ministro sea ministro; pero sobre todo, que
el padre sea verdaderamente padre y el hijo verdaderamente hijo”. He aquí la
dialéctica de la vida familiar, la clave de un gran problema vivencial.
El hijo
es verdaderamente hijo cuando tiene un buen padre, aquí no hay discusión
posible. Ahora bien, el papá debe incondicionalmente ejercer su función de tal,
independientemente de cualquier circunstancia, no hubo ni habrá jamás excusa
para que un progenitor no asuma su rol y abandone a sus descendientes. Cuando
el golpe fatal de la muerte rompa el cristal de nuestras vidas, qué mayor
satisfacción la de saber que no nos va a tocar la simple tarea del relámpago,
parpadear un momento en la profunda noche de la eternidad sin principio ni fin,
para retornar a hundirnos en la nada, ya que nuestras simientes, nuestros bien
amados hijos, los hemos criados de tal buena forma, los hemos hecho mujeres y
hombres de bien, para que continúen en el mundo ocupando mejores lugares de los
que estamos dejando en la tierra. Gracias a nuestros retoños podemos señorear
en la eternidad de los tiempos, podemos ser finitos e infinitos a la vez.
¡Morimos!
¡Pero nuestros descendientes continuarán! ¡Qué mayor orgullo decir que nuestra
progenie nos supera en inteligencia, habilidades, destrezas, estudios y
profesiones! ¡Qué maravillosa es la naturaleza! ¿Cómo no criar?, ¿Cómo
abandonar o no ayudar a salir adelante a nuestros vástagos? ¡Si ellos son carne
de nuestra carne, sangre de nuestra sangre, nuestra más preciada esperanza y
fe! ¡Ellos no nos pidieron que les engendráramos, que le diéramos el pasaporte
para entrar al mundo! La responsabilidad de esta acción fue y es, solamente
nuestra, a pesar que se preña a las hembras cuando ellas quieren, porque las
mujeres dicen cuándo, cómo y dónde.
Todo hijo
necesita un progenitor, alguien que le guíe por los intricados caminos de la
existencia, que le dé el consejo oportuno, que no le deje morir de hambre y
además construya las sólidas bases que le permitan educarse e instruirse. El
nacimiento de un nuevo ser humano no es accidental. No somos unos microbios
insignificantes, unas infinitesimales partículas en la guadaña de los tiempos,
sino semidioses en busca de la inmortalidad perdida. Lo que está de por medio es
la perpetuación de la única especie del planeta que tiene conciencia de sí.
Cada nuevo niño que nace tiene una inconmensurable importancia. Hay en este
país más de 1.000.000 de niños y niñas abandonados que necesitan de sus padres.
Pensamos que es buen día para que muchos se hagan un examen de conciencia, y
con la prisa del que sabe que la vida es breve y el castigo eterno, ir de
inmediato a buscar el hijo abandonado que clama por el amor paternal.
Por la
paz espiritual y material de nuestros hermanos en Cristo, los pobres, por la
construcción de una nueva sociedad: El socialismo libertario con rostro humano
donde impere la justicia social, ¡que no haya nunca más infantes abandonados
por sus padres!
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