El rey
Felipe VI (bautizado como Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos Los Santos), hijo de
Juan Carlos I de Borbón y de Sofía de Grecia, no tiene manera de ocultar, ni ante
Dios ni ante el tribunal de la historia, la masacre que los conquistadores españoles
hicieron en el Nuevo Mundo a finales del siglo XV y en el siglo XVI.
¡Rey Borbón!
100 millones de indígenas asesinados es el mayor genocidio cometido en el planeta
contra pueblo alguno. Monarca católico, el 12 de octubre de 2018, de rodillas en
la catedral de Sevilla, debiste pedir perdón a los descendientes de los primeros
pobladores de América, dueños indiscutibles de todas las tierras del continente
americano. Vergüenza deberían sentir los españoles de ser vasallos de un rey tan
obtuso, quien no expresa ningún arrepentimiento por los crímenes cometidos.
Las
Leyes de Indias, en todo lo referente a los indígenas, eran utilizadas por los invasores
como papel higiénico para limpiar sus traseros. Estos criminales tenían, sin duda,
el consentimiento de sus monarcas católicos, quienes estaban al tanto de las atrocidades
y matanzas cometidas por sus súbditos. Los capitanes de espada, armadura y arcabuz,
cuyo único norte eran las perlas, el oro, la plata y los señoríos, sometían a los
originarios habitantes a trabajos forzados y violaban a sus mujeres con villanía,
sin piedad y sin descanso.
A los reyes
de España de la época de la conquista y la colonización, solamente les importaba
las riquezas que sus sicarios les traían de América; por lo demás, las Leyes de
Indias eran simplemente justificaciones y remordimientos vanos de conciencia, quizás
motivadas por los castigos que creían que iban a sufrir en el Infierno.
Estas leyes
los españoles las aceptaban, pero no las cumplían. Por ejemplo, frentes a las costas
de Venezuela, en una isla llamada Cubagua, explotaban la pesquería de ostras, pero
los muy ladinos ni se ensuciaban ni se mojaban, ya que se sustentaba en el trabajo
esclavizado de los indígenas, quienes se sumergían para extraer las perlas. Los
originarios pobladores que escapaban, cuando eran capturados, los arrojaban a fieros
perros que les devoraban los escrotos, o eran empalados, o quemados vivos en hogueras.
Estas bárbaras
prácticas fueron realizadas por primera vez en la isla de La Española, luego en
Nueva Cádiz, asentamiento establecido en Cubagua por un marino italiano al servicio
de Carlos V, que se llamaba Giacomo Castiglione (su nombre hispanizado era Santiago
Castellón). Fray Bartolomé de Las Casas dejó escrito: “En 1500, a tan sólo 2 años
del avistamiento de la isla por Cristóbal Colon, ya había unos 50 aventureros que
se dedicaban afanosamente, con ambicioso desespero a esclavizar a los indios para
que les buscaran las preciadas gemas de nácar. Después de
la gran insurrección de los naturales de 1520, que provocó el abandono de la isla,
esta volvió a ser ocupada, y en 1526 fue elevada a la categoría de ‘Villa de Santiago
de Cubagua’, aunque al parecer nunca utilizó este título.”
“Por fin,
el 13 de septiembre de 1528 mediante una real cédula promulgada por el emperador
Carlos V, se le otorgó el rango de ciudad, se le dotó de escudo de armas y se le
cambió su nombre por el de Nueva Cádiz.
Este sitio fue el primer pueblo fundado por los españoles en América, y es considerada
la primera ciudad de Venezuela, alcanzando una población de 1500 almas en 1535.
El poblado era abastecido de agua dulce desde el cercano Puerto de Las Perlas, actual
ciudad de Cumaná, en tierra firme continental.”
“Pero diversas
calamidades naturales, como el posible terremoto de 1541 (seguido de un huracán
en 1543), la destrucción de los ostrales, el descubrimiento de ostrales en La Guajira,
y la paulatina muerte de los indígenas explotados (debido a las inhumanas
condiciones de la extracción en las perlerías), contribuyeron a que la ciudad y
la isla fuesen abandonadas en su totalidad por los españoles, si bien existen registros
que indican que la isla estuvo poblada por algún tiempo más”.
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