Danielsys Alexandra Castro es una muchacha que
nació en El Tigre, Anzoátegui, a finales del siglo XX, el 15-08-1999. Es
sencilla, laboriosa, extrovertida, de muy buen humor, de buenos sentimientos, caritativa,
generosa, inteligente, colaboradora, vive en paz consigo misma, respetuosa,
siempre tiene una sonrisa en los labios, dispuesta a ayudar a quien lo necesite
sin esperar nada a cambio; no le gusta discutir con su marido, pero siempre lo
aconseja por su bien.
Es muy estudiosa, iba a ingresar a la
universidad para cursar Medicina; pero se enamoró locamente de un joven; se
hicieron “marinovios” y las obligaciones del hogar le han impedido proseguir
con sus estudios: lava, plancha, cocina, limpia la casa, cuelga la ropa, barre
el patio, porque su suegra tiene una máquina de coser industrial y una overlock,
y se la pasa todo el día haciendo vestidos, camisas y pantalones. Además, su
compañero Carlos Ramón García Mejías -quien a cada momento le dice: “tu vida es
mi vida”- tiene a su cargo a su hijo Carlos José de 3 años, y ella lo está
criando desde hace 2 años. He observado que lo trata como si lo hubiese llevado
en su vientre y fuera su verdadera madre; nos parece muy loable y digno de
admiración; por sus venas corre sangre cariña, y esto es propio de personas de
esta etnia.
Se hizo bachiller en el Liceo Bolivariano Dr.
José Rafael Revenga, con un promedio de 18 puntos, en una escala de 01 a 20
puntos. Casualmente, y como hecho inusitado, me contó que su marido es cantante
de rap, baladas y realiza tatuajes. Hace un tiempo, cuando ellos eran novios,
lo acompañó a la península de Paraguaná, a cantar en un club nocturno, donde
estuvo contratado por un año.
Estando en esta ciudad fue más de una vez a las
playas de El Pico, de Villa Marina y Amuay; las personas de los municipios
Carirubana y Los Taques le parecieron muy atentas, amables y gentiles. Comió el
famoso chivo en coco con arepa pelada, el mojito de cazón y probó el cocuy de
penca.
“Danielsys, háblame de tu familia y algo de tu
vida” “Profesor Muñoz Freites, mi padre es colombiano y lo trajeron de 10 años
a Venezuela, y aquí estudió y aprendió un oficio que le permite ganarse
honradamente la vida; nadie lo trata mal ni lo discrimina por ser de Colombia;
ama a nuestro país como si hubiese nacido aquí. Se llama Roldán Ayala, pero
quien en realidad terminó de criarme fue mi padrastro, el guariqueño Juan
Bautista Manzol. Mi madre se llama Mayra Josefina Castro Quijada y tiene sangre
cariña.
Mis Abuelos son doña Ernestina Quijada y don
Orlando José Castro; tengo 2 hermanos maternos: Orlando José Castro y Francisco
Javier Manzol Castro. Tengo 6 tíos: Nahomi, Zuleika, María, Wilmar, Carlos y
Elvis José -difunto, quien era ingeniero en gas y viniendo de Anaco se mató en
un accidente de tránsito-. Mi primer empleo fue en el Bodegón Don Pancho, en El
Tigre, haciéndole el mantenimiento al local, y luego cuidé niños cuando sus
mamás iban a sus empleos, yo estudiaba de tarde”.
“Nárrame una circunstancia que haya dejado una
huella en tu vida”. “Profesor, yo siempre me hice respetar de los varones,
recuerdo que cuando estudiaba el 6° grado mis compañeros acostumbraban halarle
el cabello a las niñas. Un día vino un gordito de nombre Víctor José Mendoza y
me haló fuerte por el pelo, me lo templó; yo no lloré, sino que mi reacción fue
darle un fuerte golpe en el ojo y se le puso morado. Nunca más los niños
volvieron a molestar de esa manera a las niñas”.
“¿Recuerdas algún hecho extraño?” “Sí, resulta
que mi abuelo don Orlando José tomaba mucho, y llegaba a altas horas de la
noche borracho. Un día yo me encontraba debajo de la mesa porque me había
regañado mi mamá, porque no me quería dormir temprano; y veo a mi abuelo que
entra hablando con alguien; pero lo extraño era que estaba solo, de pronto
buscó su comida en la alacena y se sentó en una silla a comer en la mesa,
observé que compartió su comida, y puso la mitad, en otro plato, -vi con estos
ojos que se comerán los gusanos-, que alguien se llevaba el tenedor a la boca y
comía; pero créame era invisible, allí yo no veía a nadie, de pronto mi abuelo
se para despavorido y me dice que a su amigo, a quien había conocido en el bar
esa noche, la cara se le había vuelto una calavera y le susurró’: ‘Yo soy la Pelona,
la Muerte, y te vengo a advertir que si sigues tomando como un loco, pronto te irás
conmigo’. La realidad fue que mi abuelo desde esa madrugada nunca más volvió a
probar una gota de alcohol; y ha vivido hasta la fecha respetado y honrado por
sus hermanos, los cariña.”
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