Comunicativa, expresiva, inteligente,
concienzuda, caritativa, cariñosa y amable abuelita, quien visita a menudo la
Alcaldía y el Concejo Municipal de Los Taques y saluda con mucho afecto a
todos, ya que es apreciada por cuantos la conocen, anda por las calles del
centro y la plaza Bolívar; es personaje notorio y comparte con otros abuelitos y
abuelitas en la Casa de Encuentro de Adultos Mayores y no aparenta el peso de
tantos años por su paso firme e inusitada agilidad. No tuvo hijos, pero se
siente madre y abuela de todos los niños y niñas de Los Taques, y recibió su
pensión de Amor Mayor después de trabajar como niñera y doméstica en Judibana
durante gran parte de su larga existencia.
Nació el 29-02-1929 en
Cordero, Táchira, hija de Ignacio Antonio Silva Silva y Ercilia Cunacué de
Silva. Sus abuelos paternos: Pedro Silva y Dolores Silva y los maternos,
Francisco Pecué y Francisca Cunacué. Se siente orgullosa de llevar 42 años por
estas tierras y tiene un amor profundo y sincero por Los Taques y su gente.
Estudió en una
escuelita de pueblo privada, su maestra se llamaba Guillermina Medina, le enseñó
a leer, escribir, contar, sumar, restar y respetar a los mayores. Dice Doña Rosalba:
“la señorita era muy severa, siempre con la regla en la mano; me dio clase del
1° al 6° grado. Fui buena estudiante y gané una beca, el Padre Ortiz me ayudó a
entrar a un convento de monjas en Guanacas, Colombia, pero tuve que abandonarlo
por la muerte de mi madre y regresé a Venezuela a cuidar a mis hermanos Lola,
Ligia, Manuela, Estela, Libia y Ever”.
“Bregué en el campo
recolectado café, quemando y limpiado el monte para sembrar y pilar maíz,
amansé caballos, cerqué terrenos y le hacía la comida a mi familia. Llegué a
Ciudad Ojeda y Cabimas, allí viví 25 años laborando en Campo Verde y Tía Juana,
en casas de familia, y en la iglesia de Santa Lucia y Virgen del Valle
limpiando y pintando los santos”.
“Conocí al gerente de
la compañía petrolera, el ingeniero Douglas y a su esposa Milagros, no recuerdo
sus apellidos. A él lo trasladaron a la Refinería de Amuay, y con ellos estuve
13 años cuidando a sus hijos con afecto, hasta que se hicieron grandes. Trabajé
años en la casa del señor Iván Hernández Malpica y otras casas de familia. Hice
suplencias como aseadora en la Alcaldía. Desde hace 10 años vivo sola en mi
casita, en la entrada de El Tacal, soy trabajadora, honesta y servicial”.
“Una vez iba a Villa
Marina donde tengo amistades; era por cierto 8 de septiembre el día de la
Virgen, me caí de una camioneta y quedé sin sentido, la gente pensó que yo
estaba muerta. Vi dos caminos uno estrecho y otro ancho, caminé por el segundo
y de repente frente a mí, estaba una mujer muy hermosa, vestida de blanco y
llena de luz, quien me dijo: ‘No es tu hora de ir al Cielo, debes hacer todavía
mucho bien al prójimo’. Pienso que fue la Virgen del Valle de quien soy muy
devota, y desperté en el hospital donde estuve hospitalizada unos días y me
trataron muy bien; eso pasó hace ya muchos años”.
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