En esta fecha de 2018, en La
Crónica Taquense publico un ensayo corto que escribí el 18-05-1993 donde expresaba:
“No pretendo escribir sobre la
corrupción de los directivos de la CTV, ni de los asaltos a las arcas del Banco
de los Trabajadores (BTV), de su colapso y reflote con dineros públicos para
que una pandilla de mafiosos lo volviese a hundir con una estafa tan desvergonzada
como torpe; tampoco quiero hablar de las otras pintorescas raterías cometidas
por estos mafiosos (apartamentos de lujo y quintas en el Este de Caracas
pagados con dineros del saqueo del mencionado banco, barraganas, viajes,
automóviles de último modelo, trajes y zapatos de marca, entre otros), lo que
motivó un atentado contra el capo de esta central de trabajadores, Antonio
Ríos.
No me interesa reseñar estos
hechos, lo que por la catadura de los implicados correspondería a reporteros
policiales; más bien deseo participar en la relativa discusión que estos
sucesos han generado en torno a la situación del sindicalismo venezolano,
debate que en su mayor parte ha sido una coartada politiquera de los partidos
del status y sus socios menores, tratando de evitar cualquier crítica profunda
o la mínima acción reformadora contra las lacras que comandan al podrido
aparato cetevista.
Las décadas de los 80 y 90
fueron mortales para el sindicalismo tradicional en el país, y muy en especial
después del 27-F y el 4-F, las 3 pequeñas centrales obreras: CODESA, CGT -procopeyanos-,
y CUTV del Partido Comunista, prácticamente desaparecieron.
La misma CTV quedó en una
situación muy difícil respecto a su representatividad real, ya que hoy si acaso
el 15% de los asalariados venezolanos está afiliado a un gremio sindical, y
todo el que sepa algo de las organizaciones obreras existentes conoce lo
“chimbo” de muy buena parte de esas “afiliaciones”, así como la vil farsa de
casi todos los comicios sindicales “made in Venezuela”, impregnados de fraude y
más fraude: las elecciones de los sindicatos son un mecanismo tan
desprestigiado, que ya muchos gánsteres del medio cetevista ni se ocupan de
efectuarlas.
Con todo y el apoyo
chantajista que los gobiernos puntofijistas han dado a la mafia cetevista
contra toda insurgencia laboral independiente, más de un tercio de los sindicatos
legalizados no se vincula con ninguna central obrera. Pero este potencial de
autonomía se ve limitado en mil modos para su desarrollo, y apenas algunas
excepciones han evitado la sordidez que hoy impera en el mundo laboral. Es el
caso del movimiento Matancero, de nuestro condiscípulo de la Escuela de
Filosofía UCV Alfredo Maneiro, y otros pequeños grupos de activistas obreros
consecuentes, que han incrementado su influencia en años recientes gracias a
prácticas por ahora honestas, diametralmente opuestas a las de sus desgastados
adversarios corruptos partidistas. A estas fuerzas emergentes se les plantea el
problema de qué hacer frente a la CTV corrupta.
En lo inmediato, nada parece
indicar que la onda de estos grupos emergentes sea la alcahuetería tradicional,
que baila al son del buró sindical del partido de gobierno, cuya única misión
fue y es defender en los conflictos laborales los intereses de los empresarios
insaciables, ambiciosos y crueles, así que presumimos la honradez de la
denuncia de estos grupos contra la burocracia cetevista, y de sus reclamos por
una auténtica democracia sindical que defienda realmente los intereses de los
trabajadores y no de los patronos.
Pero el asunto es: ¿cabe pedir
democracia en una institución visceralmente plagada de vicios de corruptela
como la CTV, después de 44 años de autocrático control socialdemócrata? No
creemos que la respuesta sea fácil: el sindicalismo autónomo, clasista y
honrado, por el cual luchamos todos, no va a surgir simplemente de la crítica,
sino de la destrucción del corrupto armatoste que es hoy la CTV. Si se destruye es para construir algo
mejor y distinto, así lo dicta la vieja máxima organizativa. Sin discusión, son
los obreros los llamados a borrar del mapa político a los mafiosos bandidos cetevistas”.
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