En la antigüedad torturaban a los
niños. En Esparta, bañaban a los infantes a temperaturas bajo cero; en la Atenas
de Sócrates, Platón y Aristóteles, practicaban la malévola perversión de la
pederastia; en la Macedonia de Alejandro Magno se les cortaba un dedo a los
infantes por tremenduras propias de sus edades. En Roma, los imberbes esclavos
eran tratados como animales parlantes, sus amos tenían derecho de vida y muerte
sobre ellos. El látigo los endurecía desde temprana edad para las largas faenas
del campo; el pater romano podía
también matar a sus propios hijos.
Los relatos de la Biblia sobre la
crueldad en los niños son numerosos: “Con vara (garrote) castigarás a tu hijo”.
El genocidio cometido por Herodes tratando de evitar que viviera el Niño Jesús,
el Mesías, habla por sí solo. Y cuando Cristo le pidió al discípulo que dejara
que los niños viniesen a Él, porque de ellos era el Reino de los Cielos, no lo
hacía gratuitamente: el rechazo y maltrato a los infantes era cotidiano entre
los judíos y demás pueblos semitas.
Las víctimas principales de las
guerras fueron y son los niños; por ejemplo, en las guerras entre protestantes
y católicos, después de la Reforma Luterana era práctica corriente atravesar
con la pica (la lanza), primero a los recién nacidos, entre los refugiados en
las iglesias alemanas. Cuando adviene el capitalismo
en Inglaterra, el trabajo de los niños en fábricas y talleres en condiciones
inhumanas se hizo también una costumbre cotidiana. Esta práctica fue favorecida
en principio por una aplicación irresponsable y desafortunada de la antigua Ley
de los Pobres, instituida por la Reina Isabel en 1601. Esta ley obligaba a las
parroquias a dar trabajo a los indigentes aptos y a enseñar un oficio a los
niños huérfanos; pero empresarios sin escrúpulos, se aprovechaban del hecho que
era imposible controlar aquellos aprendizajes, y colocaban a los menores de
edad en sus factorías y telares, y les hacían trabajar hasta 14 horas diarias.
Al final de la jornada, les daban a los niños pan duro y
agua, y les encadenaban a las máquinas para que no se escapasen; eran confiados
a los patronos y traslados en grupos, lejos de sus lugares de nacimiento,
privados de toda protección. Muchos de ellos tenían cinco, seis o siete años, y
sólo vivían hasta los diez o doce. Los nazis, en los campos de concentración, eliminaban a los niños con torturas horrendas;
practicaban los doctores alemanes experimentos atroces, como acostar a los
infantes sobre trozos de hielo para medir la resistencia de la piel hasta
hacerles morir, dejarles pasar hambre y sed hasta la desesperación, quemaduras
con ácidos y sustancias inflamables, operaciones experimentales sin sentido,
aplicación de corriente en lengua y genitales, inyecciones de formol y otras
prácticas de tortura inenarrables. Los soldados norteamericanos en la guerra de
Vietnam torturaron, violaron y asesinaron a más de 500 mil niños, y han
masacrado sin ninguna piedad a los infantes en Irak, Afganistán, Siria y
África.
La Constitución Bolivariana de Venezuela, en Los Taques y
en toda la Nación, garantiza los derechos de los menores de edad y los protege
desde el vientre de su madre. La Ley Orgánica de Protección al Niño y al
Adolescente no sólo les resguarda y establece sus derechos inalienables, sino
que mediante la implementación del CMDNA vela por el respeto de la condición
humana de los infantes; además, esta ley convierte los castigos infligidos en
hechos punibles.
En los EEUU, en junio del 2018, el Presidente Donald Trump
cometió un acto de barbarie al encerrar en jaulas con pisos de cemento, como si
fueran animales de zoológico o pollos para la venta, a los hijos de migrantes
latinos que ingresaron a ese país. Se les hace un llamado a los pueblos, a los gobiernos,
a las religiones del mundo, y en especial al nuevo Presidente de México, Andrés
Manuel López Obrador, para que condenen con la mayor fuerza estos repudiables
hechos, e impidan que se repitan.
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