El 20-11-1817 en Angostura, actual estado
Bolívar, el Libertador Simón Bolívar Palacio decretó la octava estrella a la
bandera nacional. El mes de noviembre es significativo para mí, ya que, en el
año 2008 cuando era el director de Desarrollo Social de la Alcaldía Bolivariana
del municipio Los Taques, estado Falcón, gané con mi libro Antiparadigma II un Premio
Nacional de Literatura, en la mención Ensayo. De esta obra publicada por el
Fondo Editorial Ipasme extraigo el siguiente escrito:
“Las apariencias son las ideas
superficiales que nos hacemos de las cosas y de las gentes, hay que ir más
allá: a la esencia. Iba yo por uno de los caminos intrincados de la existencia
cotidiana, cuando de repente me encontré con una mujer totalmente desnuda, muy
hermosa, quien me invitó sin ton ni son a copular.
Hicimos el amor con desenfreno y sin
inhibiciones, ella desplegó todo su erotismo, su pasión de hembra voluptuosa y
ardiente. En el paroxismo del placer le pregunté al oído: ‘¿Quién eres?’ Y me
murmuró entre dulzones y ondulados quejidos: ‘La Muerte, la que corta el hilo
de la vida, la dueña indiscutible de la existencia de todos los mortales’.
Era la Parca; no pude romper su hechizo y
desprenderme de sus terribles brazos, de su húmeda y complaciente vagina y de
sus intensos y profundos besos. Mi cuerpo fue pasto de gusanos, retornó al
polvo, pero como arquitecto de mi propio destino vencí al Thanatos: la Óbito
inexorable quedó preñada de mí. ¡La embaracé de vida!
Del impacto vivencial uno de mis ojos cayó
al suelo; lo recogí, me lo puse al revés y me miré por dentro; al término de
este encuentro con mi yo puro, comprendí la esencia de la vida en esta malsana
sociedad capitalista: la gran crónica de la mitología de lo cotidiano, el creer
que el mundo gira alrededor nuestro, que somos eternos, que lo más importante
del existir es atesorar riquezas, rendirle culto al único dios de este mundo:
el vil dinero, ser esclavos del amor propio y del interés egoísta, de los
prejuicios, de las banalidades, de la ganancia y el lucro.
¡Qué ilusos somos! En realidad, mi
moraleja estuvo en internalizar n mi mente y en mi corazón que usted, ella, él
y yo, todos nosotros al vivir, somos protagonistas de una gran historia, la
historia de la estupidez humana. Al final, solo está esa gran orgía de la cual
todos los monos sabios tenemos que participar: la Muerte, quien con su dedo
descarnado nos señala”.
Todo lo anterior es una muestra de
literatura surrealista. El surrealismo, movimiento filosófico, artístico,
literario y existencial de la segunda década del siglo XX, insurge como
consecuencia de la frustración producida por la Primera Guerra Mundial y la
crisis económica de la postguerra. Se caracteriza básicamente por descomponer
la realidad en elementos irracionales. El ideólogo del surrealismo fue André
Bretón, quien inició en 1924 la tendencia con el Manifiesto de la Constitución
Surrealista.
Freud había traspasado las fronteras del
inconsciente, el arte y la literatura querían acompañarle por esas
exploraciones. Artistas, literatos y dramaturgos ya no se conformaban con ir a
la estructura de las cosas o del movimiento, pretendían ahondar todavía más. Es
fácil conocer la parte externa de los seres, pero es difícil ver la realidad
que esconden debajo de la conciencia.
El surrealismo trata de proyectar la vida
interior, bucear incansablemente en ella. Lo hace a base de imágenes tomadas tanto
de lo real como de lo onírico. El universo surrealista no tiene límite entre el
pasado y el presente, entre el pasado y el futuro, ni tampoco entre lo real y
lo imaginario; es irracional, caótico y absurdo, es la exteriorización de lo
interior sin control alguno de la razón, sin trabas morales o estéticas.
Nuestra posición: aunque el surrealismo
niega la razón, contiene un exceso de realismo mágico, encierra una paradoja,
pues su irracionalidad es deliberada, bien cargada de premeditación y alevosía,
no hay espontaneidad. Los surrealistas dicen que no les importa para nada la
estética, pero conquistan a través de sus prácticas artísticas un marco de
belleza plástica y literaria innegable. Niegan los valores de lo bello: la
proporcionalidad, la medida y la simetría carecen de sentido para los
surrealistas. Sin embargo, tienen imaginación, que, al fin y al cabo, es uno de
los valores más destacados de la estética.
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