¡Para
salvarse no es suficiente rezar, hay que hacer el Bien cada día! Dedicado esta crónica a la Inspectora Presidencial Eudorina Boadas, quien dedica su vida a ayudar incondicionalmente a su prójimo. ¡Una genuina cristiana que practica el Bien!
En
La Nueva Eloísa se proclama la existencia de Dios. Rousseau compadece al
incrédulo Wolmar que lleva en sí mismo la horrible paz de los malvados, y le
opone a Julia De Etange. Julia es una piadosa mujer. Ruega al Todopoderoso con
fervor, le pide la conversión de su marido, le ruega la luz y la fuerza. Pero Julia
no se pasa la vida rezando, aunque lo hace de vez en cuando, ante todo dice:
“Hay que hacer lo que se debe, y después rezar cuando se puede”, e
indiscutiblemente este “hacer lo que se debe” es la práctica del bien. El Ser
Supremo que ella adora es una Divinidad justa y clemente, no castigará a Wolmar
ya que éste, pese a su ateísmo, ejecuta la virtud de ayudar a los necesitados,
a los sumergidos en la pobreza y la miseria, pero no con la limosna y la simple
caridad, sino luchando, haciendo algo, lo que sea para que la vida de los
pobres mejore.
Wolmar
como ya dijimos practica la virtud, Dios juzga la fe por las obras y no por las
palabras: la oración es buena, pero no basta; ser mujer y hombre de bien,
luchar para que nuestro prójimo salga de la pobreza crítica, de la miseria
material y espiritual es ya creer en la Divina Providencia. Quien dice que ama
a Dios y no ama a su prójimo, los pobres, los necesitados, los que tienen sed y
hambre de justicia, es un vulgar mentiroso. La inclinación a hacer el Bien a
los pobres, nuestros hermanos en Cristo, es sin discusión el más profundo de
los sentimientos.
Como
siempre, Rousseau apela al sentimiento, a ese impulso interior sin el cual no
quedaría trazas de la verdad espiritual sobre la tierra. La emoción que produce
la realización de lo bueno es más irresistible que la evidencia misma, confunde
a los filósofos y a los teólogos, desafía los argumentos de Platón,
Aristóteles, Descartes, De Port Royal, Fenelón, San Agustín, Santo Tomás e
inclusive de los padres de la Iglesia.
El
corazón que siente la necesidad de hacer el Bien al prójimo es tan fuerte, que
dice más y enseña más sobre la existencia de Dios que todas las razones
probatorias. Es en efecto este órgano vital el que siente y reconoce el libre
albedrío, la moral, la santidad de la Virgen María, la práctica del Bien, la
existencia futura, el Todopoderoso Uno y Trino a la vez, y siente estas
verdades viva y profundamente, se apega a ellas como su máxima suprema y
sagrada, arrebatárselas es dejarlo privado para siempre de todo goce
espiritual, aquel que ha perdido estas creencias está ya muerto, en la muerte
eterna del infierno de la soledad existencial.
El
filósofo ginebrino no necesita razonamiento alguno para demostrar la Divina
Providencia. El Dios de Rousseau es el gran ser, personal y vivo, dispensador
de todos los bienes y juez de toda justicia, quien pone las cosas en el lugar
donde deben ir. Por ejemplo, es Jehová quien desea que el ser humano, que tiene
libre albedrío para hacerlo, establezca en el mundo la justicia social, haga
una justa repartición de las riquezas para que deje de haber pobres y
hambrientos de una vez: es un Dios de paz y de bondad. ¿Acaso la práctica del
Bien, luchar porque nuestros semejantes humildes y pobres reciban en la tierra
lo que el Todopoderoso por amor no les niega, sino los oligarcas malvados,
llenos de amor propio, interés egoísta y ambición: una vida sin hambre, sin
necesidades, no es el mayor tributo de adoración que se le pueda hacer en la
tierra al Creador?
Por
la paz espiritual y material de nuestros hermanos en Cristo, los pobres,
luchemos juntos porque las riquezas se distribuyan de manera equitativa, de
acuerdo a la verdadera voluntad de la Divinidad, y porque no haya más miseria,
ni gente que muera de hambre en este ancho pero ajeno mundo.
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