jueves, 6 de septiembre de 2018

· SIMÓN BOLÍVAR ·


El Libertador, General Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco, no fue ni de los que se cansan, ni de los que traicionan un ideal. Los hombres pasan, las ideas perduran; pero los seres humanos capaces de sacrificarlo todo por una causa justa, los que actúan como piensan y piensan como actúan, si logran dar las respuestas certeras al momento histórico que viven, casi siempre tienen un destino excepcional y de magna trascendencia.
En toda la historia de nuestra América, ninguna vida asume mayor interés ni dramatismo más intenso que la del extraordinario hijo de Caracas, quien nace el 24 de julio de 1783. Estadista integral, hombre de teoría y acción, ya que logró plasmar sus pensamientos constitucionales y legislativos, sus estrategias y tácticas guerreras al vencer enemigos, libertar pueblos y crear naciones. El hecho de casi consolidar una América Latina unida, una gran nación hispanoamericana, por sí solamente lo hacen meritorio a ocupar un lugar entre los grandes estadistas de la humanidad.
El Libertador muere el 17 de diciembre de 1830; pero no realmente de tuberculosis, sino llevado al patíbulo por los enemigos de la Patria, los oligarcas. Pero Simón Bolívar no fallece solo, morirán los dos gigantes juntos: Colombia y El Libertador, la obra y el genio. Va al sepulcro no por la enfermedad física, bien que ello puede creerse porque en efecto el padecimiento era grave, sino que la tisis no era otra cosa que la manifestación de profundas causas.
Los godos criollos minaron su salud o quizás, como dicen algunos, los oligarcas le mandaron a envenenar. Lo cierto es que le persiguieron hasta hacerle morir. “El General Vencedor de las Dificultades”, el genio que fulguró en el Campo de Marte libertando 6 naciones, el brillante y probo legislador, es sometido a juicio por los corruptos oligarcas, quienes eran tan ladrones del erario público que Bolívar tuvo que dictar un decreto de pena de muerte para tratar de ponerle coto a sus fechorías.
Le abre la oligarquía tramoyista y corrupta al Libertador el más bochornoso de los procesos que conoce la historia política de nuestra América, elaborándole una sentencia funesta: los intentos de magnicidio, la persecución ideológica y la expulsión de la Patria. El asesinato en Berruecos del Mariscal Antonio José de Sucre Alcalá, “el Abel de Colombia”, la primera víctima de los alevosos desmanes de la clase política latifundista.
Lo persiguen por decretar la educación popular, la justicia social, la abolición de la esclavitud, la eliminación de la servidumbre de los indígenas, la nacionalización de las riquezas mineras, el reparto de los bienes incautados entre los combatientes de la Independencia. Lo acusan de posiciones anticlericales, porque reprimió y mandó a fusilar a más de un cura realista durante la guerra de emancipación; estos ponían a Dios de parte del Rey de España y en contra de la República.
Le proscriben por ofrendar su vida a la unidad de Colombia, le sentencian al ostracismo porque sentó cátedra en defensa de la soberanía nacional, le rechazaron por pregonar que la Patria era toda la América Hispánica. “¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.

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