sábado, 24 de agosto de 2019

· SAN CELESTINO ·



Es un santo de la Iglesia católica, cuyo cuerpo es venerado en la Catedral de Barcelona en Venezuela. Mi padre, nacido en Barcelona, era comunista creyente, al igual que los comunistas católicos italianos de los tiempos de Togliati. Siempre fue devoto de San Celestino; yo, como creyente ecuménico -alabo a Dios en cualquier iglesia, templo o mezquita donde los feligreses crean en la Divina Providencia-, he asistido a la catedral de Barcelona y con mucha fe le he pedido al Santo Patrono por mi salud, que me permita volver a caminar sin muletas, el éxito en las intervenciones quirúrgicas que se me avecinan, y por la paz y prosperidad de la Patria. Numerosos son los devotos que todos los días asisten a solicitarle al Santo su intercesión ante el Todopoderoso. A continuación cito:
“Durante el reinado del cruel Emperador Decio, vivían en Roma San Saturnino y los Santos Celestino, Neópolo y Germán, Mártires, ocupados en obras de piedad cristiana, por cuyo motivo padecieron muchísimos trabajos acabando sus vidas en un oscuro calabozo por los años 250 D.C., (Leyenda de Oro, 273, del Tomo III. Cura Párroco Pbro. Juan Miguel Lárez, 1921); (El Libro B, ‘Noticias Historiales de la Nueva Barcelona’, Anales eclesiásticos de Barcelona, 1777), Padre Don Fernando del Bastardo y Loayza”.
En el año 1777, el Obispo de Puerto Rico, Manuel Jiménez Pérez, trajo sus restos desde Roma; estos fueron colocados en un relicario barroco y ubicados en una pequeña capilla en el ala izquierda de la iglesia en donde permanecen desde entonces. Ya en el año de 1852, en su visita a la ciudad de Barcelona, el portugués Miguel María Lisboa, mejor conocido como ‘Consejero Lisboa’, escribe en su ‘Relación de un viaje’ sobre el Mártir: “Mas la gran curiosidad de la Iglesia Matriz de Barcelona es la Capilla de San Celestino, situada en la nave derecha (pues tiene tres naves), en la cual se halla el cuerpo del Santo, enviado desde Roma por el Papa Pio IV. En un magnífico nicho de madera, esculpida y dorada con tanta perfección que, aun hoy, brilla si una sola mancha, a pesar de trascurridos más de cincuenta años, y por detrás de un cristal, está el esqueleto de San Celestino, sin vestigio alguno de carne, vestido solo con el uniforme de romano de la antigüedad, echado sobre el lado derecho, con la cabeza reclinada y apoyada sobre el brazo y la pierna izquierda sobre la derecha”.
El vestido y la espada que hoy tiene no son los que vinieron de Roma; me contaron que durante la guerra de la Independencia, en 1819, al entrar una vez los patriotas en Barcelona, una División Inglesa al mando del Coronel Englisto, queriendo castigar al Santo por la protección que dispensó a los españoles, le despojo de su vestidura, que era de rico brocado, y de su espada, cuyo puño era de oro macizo. Me asegura el cura de la Iglesia que este era un esqueleto de los que se hallaron en las catacumbas de Roma con distintivos que pertenecían a Mártires de la Fe y que los Papas daban nombres arbitrarios y canonizaban. A un lado de la capilla está encuadrado un retrato de Pío IV, con el siguiente letrero: “Pío IV concedió a la iglesia de Barcelona esta reliquia con numerosas indulgencias, quien murió con 80 años en 1799”.
El mártir San Celestino ha sido venerado desde entonces por los habitantes de Barcelona, y el 8 de diciembre de 1777 llegó una Disposición Pontificia por la cual se reconocía al Mártir como el Patrono de la ciudad. Es junto a Nuestra Señora del Socorro de Barcelona, una de las más representativas devociones de la comunidad. Su fiesta se celebra actualmente el 15 de mayo.
“Noticias del sagrado cuerpo del glorioso San Celestino Mártir, que por concesión de nuestro santísimo Padre Pío VI y donación del Ilustrísimo Señor Dr. Fr. Manuel Ximénez Pérez, Dignísimo Señor Obispo, se venera en esta Santa Iglesia Parroquial de Barcelona, capital del Estado Anzoátegui: ‘No se contentó el gran amor de nuestro ilustrísimo prelado a esta ciudad y su Santa Iglesia Parroquial con haberla enriquecido con las imágenes y principales reliquias de los gloriosos mártires San Félix, San Teófilo y otras que pidió a nuestro Santísimo Padre Clemente XIV, de gratísima memoria y al convento primado de la Sagrada Orden de Predicadores de la isla de Santo Domingo, las cuales se hallan colocadas en una cabeza y cinco manos artificiales y en dos tabernáculos en esta dicha Santa Iglesia, y cuyas auténticas se hallan entre dicha cabezas y manos y en los dichos tabernáculos y en un cajoncito que se halla en el archivo de dicha iglesia, sino que también pidió al Padre Pío VI, y fue su Santidad servido de conceder el sagrado cuerpo del glorioso mártir San Celestino, sacado del cementerio de San Lorenzo en Roma, el cual dentro de una urna tan magnífica, como está a la vista, fue conducido desde la Corte de Roma a la ciudad de Génova y de allí al pueblo de Cádiz, y de éste a la ciudad de Puerto Rico, en donde se mantuvo hasta que su Señoría Ilustrísima me escribió que dispusiera de la conducción del dicho sagrado cuerpo a esta ciudad, y habiéndolo yo participado al Ilustrísimo Cabildo de esta ciudad”.
“Esta noticia dispuso por su parte que fuese el Alférez Real Don Sebastián Vicente Bastardo a la dicha ciudad de Puerto Rico a conducir en una balandra, y se apresuró a costear el viaje Don José Ferrusola, patrón de la Real Compañía Catalana y yo, por parte del Clero nombré al Rvdo. Don Sebastián mayor de esta Iglesia, al mismo fin”.
“En efecto, se embarcaron el día 8 de octubre del año próximo pasado de mil setecientos setenta y siete, y de retorno llegaron el día 8 del mes de diciembre del mismo año y se desembarcó el santo cuerpo el día nueve a las diez de la mañana, habiéndole hecho un digno recibimiento: con asistencia de las imágenes de los gloriosos mártires San Cristóbal y Santa Eulalia, patronos de esta ciudad y todos los estandartes de las Cofradías, del Cabildo y Clero, y todos procesionalmente esperaron en el puerto del río Neverí, con arreglos al Ritual Romano, presidiendo yo revestido de capa y con asistencia de diácono la procesión. Marcharon y saludaron con saludos de fuego los acompañantes al dicho sagrado cuerpo”.
“Al desembarcarlo, y al entrarlo en la Santa Iglesia, y desde que se presentó al puerto del río Neverí hasta estar en la Iglesia, no cesaron los disparos de pedreros, cámaras, cohetes y truenos. En tarde del día nueve, se le cantaron vísperas solemnes y en aquella noche se cantaron maitines con mucha solemnidad, y al laudes se puso de manifiesto el Santísimo Sacramento, y duró esta función desde las siete de la noche hasta las nueve y media estando toda la Iglesia y Ermitas con más de quinientas luces, y habiendo asistido a esta tan solemne función el ilustre Cabildo y todas las personas distinguidas y del pueblo, y entre aquellas un gran concurso de mujeres, todos con gran compostura y devoción”.
“El día siguiente se hizo una fiesta en dicha Iglesia, con asistencia de innumerable concurso, y se continuaron por ocho días más a petición de los fieles habiendo hecho las primeras fiestas, en el fondo de la Iglesia, la segunda yo, la tercera el Clero, la cuarta el ilustre Cabildeo; la quinta don Pedro y don Antonio Hernández, la sexta don Sancho A. Hernández, la séptima don José Ferrusola, la octava don José Freites y don Antonio Alcalá, y la última doña Celerina Antonia de Castro de Martínez y Campos”.
“El día 11 de dicho mes llegaron muchas personas distinguidas de Cumaná, que vinieron a visitar el sagrado cuerpo de San Celestino, y entre ellas don Antonio de Alcalá y don José Roca, quienes contribuyeron a dar esplendor a los actos y manifestaron mucha devoción; en los días siguientes llegaron innumerables Señores y Señoras de Cumaná, Margarita, Cumanacoa, Provincia de Caracas, y todas las indias e indios de los pueblos vecinos vinieron a visitar el santo cuerpo de San Celestino”.
“El Ilustre Cabildo cedió por Patrono de esta ciudad, en tercer lugar, al glorioso San Celestino Mártir, y se obligó hacer todos los años el día cuatro de mayo una fiesta solemne en honor a San Celestino, y el Clero se obligó a otra en el día de don José Ferrusola, el día cinco de mayo”.
“Incluyendo el precio de la magnífica urna, adornos, transporte desde Roma, se gastaron setecientos cincuenta pesos, para el pago de los cuales contribuyó el Ilustrísimo Señor Obispo con cien pesos y la diferencia que había pagado en Cádiz don Juan Antonio Ximénez; pedí una limosna, autorizada por la ilustrísima, y para que conste en lo venidero quienes fueron los devotos y devotas que las dieron y qué cantidad dio cada uno, quiero poner en este libro un apunte individual” (sigue lista de contribuyentes).

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