martes, 6 de diciembre de 2016

· El Exterminio ·

Es terrible matar al prójimo, pero lo es más cuando el motivo es la riqueza. En la Primera y en la Segunda Guerras Mundiales en el siglo XX, murieron 70 millones de personas; para que el lector tenga una idea de la mortandad precisaré aquí, que fueron ejecutados 6 millones de judíos, numerosos prisioneros comunistas, gitanos y homosexuales en las cámaras de gas camufladas de baños de los campos de concentración de Adolfo Hitler y los nazis. Esto fue un espantoso genocidio, un atentado contra la humanidad; pero si todos estos muertos los comparamos con los 66 millones de indígenas aniquilados por los españoles y los lusitanos, en el Nuevo Mundo, la balanza de los exterminios se mantiene casi en equilibrio.
   Este 12 de octubre de 2016 se conmemoran 524 años del inicio de un episodio cruel y luctuoso, la mayor masacre en masa en la historia, realizada por invasores europeos. Fue Cristóbal Colón quien comienza el negocio de la esclavitud en el continente americano y siembra las raíces del sistema de vejámenes contra la persona humana en estas Tierras de Gracia, ya que fue el primero en esclavizar a los indígenas. La arremetida toma dimensiones cruentas, la persecución para forzar a trabajar a los originarios habitantes era incesante. La monarquía de los Reyes Católicos necesitaba mercados, metales preciosos y materias primas; los ejércitos mercenarios, bandas de vándalos cargadas de taras genéticas, los conquistadores, bañan de sangre las tierras recién descubiertas, matan sin descanso y sin piedad, con la espada en una mano y la cruz en la otra.
   En la catedral de Sevilla, a la sombra de la Santa Cruz, solía reunirse lo peor de España: malandrines (léase malandros), segundones, aventureros sin escrúpulos, sifilíticos, soldados mercenarios, prostitutas estigmatizadas por la gonorrea, ex galeotes, ex presidiarios, todos llenos de ambición y codicia que deseaban marchar a las Indias Occidentales. La resistencia fue la respuesta de nuestros naturales, quienes no comprendían el por qué estos desalmados les venían a despojar de sus tierras, sus mujeres e hijos y a esclavizarlos.
   Cada vez al amanecer no sólo brillaba el sol y el verde intenso del monte, sino también la sangre derramada en los nocturnos combates que las hordas de bandidos y malechores europeos, que con bellaca premeditación y alevosía sostenían contra los desprevenidos meridionales. La soldadesca española violaba a las indígenas, mutilaba, sodomizaba, torturaba y asesinaba a los niños de los pueblos que se revelaban; empalaba a los hombres (introducir una vara por la boca hasta el ano) o los desollaban vivos (quitar la piel con cuchilla).
   El español monárquico, enemigo de los indígenas -genuinos dueños de las tierras americanas- trazó una sórdida política contra ellos: hacerlos prisioneros y exportarlos a Santo Domingo (Isla La Española) para que se dedicaran a la servidumbre, a las largas y agotadoras jornadas en los yacimientos mineros o al trabajo en el campo, y aniquilar al resto de la población mediante la guerra genocida para apoderarse de sus tierras. No fue interés de los conquistadores establecer en la América hispana un nuevo modo de vida, ya que su principal objetivo era enriquecerse; no por otra razón el conquistador exterminó la población de la isla de Cubagua en interminables labores de inmersión en la búsqueda de perlas.
    La conquista y colonización de la Corianidad y de Paraguaná fue excepcional, ya que los pobladores autóctonos colaboraron con quienes les venían a someter. Fue verdaderamente extraña la actitud del Cacique Manaure. Se habla de un posible desembarco de Alonso de Ojeda en tierra firme, en lo que después sería Los Taques (el 3-05-1502), en el sector La Playita, pero hay historiadores en desacuerdo con esta versión ya que no hay fortines españoles por estos lugares, ni construcciones de los siglos XVI y XVII, y sobre todo sería anterior a la fundación de Santa Ana de Coro, el 26-07-1527 por Juan de Ampíes.  

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