viernes, 2 de diciembre de 2016

· LA ENMANTILLADA (II) ·

Si hay un hecho que caracteriza a Paraguaná -y obviamente al municipio Los Taques- es que en tiempos recientes se pobló de gente venida de todas partes de Falcón y del país. Los hay de los estados orientales, andinos, llaneros, centrales, occidentales; caraqueños y abundantes maracuchos, pero la cosa no queda allí, ya que también habitan estas tierras personas oriundas de la hermana República de Colombia y otros países latinoamericanos y europeos.
Para quienes no leyeron la anterior crónica de Rosa Borges Prado, recordaré que nació en Barcelona, estado Anzoátegui, en el Hospital Luis Razzetti, el 13-05-1958 y que su infancia, adolescencia y una parte de su vida transcurrieron en un lugar llamado Camino Nuevo, donde se ubica la casa de sus difuntos padres. Ella llegó a estas tierras de la Península de Paraguaná por la década de los noventa del siglo pasado. Lleva viviendo más de 20 años en el municipio Los Taques. 
Relata: “En Jayana hay un señor que le dicen Fay, quien es muy celoso y peleón. En una oportunidad discutió con su mujer por rumores infundados, y decidió irse de la casa, recogió toda su ropa y la introdujo en su carro, y cuando se iba a montar, la señora se asomó a la puerta y le preguntó: ‘¿Y ésta, la de Fay, a quién se la dejas?’. El señor volvió a entrar a la casa y le dijo a la mujer: ‘Me devuelvo por los muchachitos’.”
Narra la señora Rosa: “Cuando yo fui a parir a mi hija Yuleidy Duarte el día 24-04-1979, la sala de parto estaba llena de parturientas; de pronto sentí una fuerte contracción y la cabeza de la niña venía saliendo, y grité: ‘¡Estoy pariendo!’. Una enfermera vino en mi auxilio y llamó al doctor. Me incorporé y vi que mi bebita recién parida tenía el cabello por los hombros; todos se sorprendieron de tan abundante cabellera, créame, parecía una muñequita”.
“A la habitación me trajeron una niña peloncita, comencé a gritar que esa no era mi hija, y los que estaban allí no me creían. Se formó tremendo alboroto. El médico de guardia trató de convencerme que lo que yo decía era producto de mi imaginación, esto me producía más furia. Ordenó que me pusieran un tranquilizante y me ataran a la cama para que no me hiciera daño, pero yo insistía vuelta loca que mi hija tenía el pelo largo, que me la devolviesen. Yo comencé a rogarle a la Virgen Santísima que me ayudase.

La enfermera que venía a inyectarme se conmovió de mi situación y se quedó pensativa, y fue tanta mi insistencia que dudó y se fue a averiguar al retén donde permanecían los recién nacidos. Pasó una hora de eterna espera, y por fin regresó con mi hija, resulta que en un descuido cuando le estaban cambiando el pañal alguien intercambió las tarjetas de identificación, y sencillamente mi bebita se la habían llevado a otra señora. Finalmente me trajeron a mi niñita, a quien reconocí por su larga cabellera”. 

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