Apenas han pasado pocos años del
arribo de Cristóbal Colón; es domingo de Adviento el 30 de noviembre de 1511,
nueve de la mañana. En La Española, en una iglesia de techo de paja, un fraile
puro de corazón -verdadero soldado de Cristo- Antonio de Montesinos, con gesto
ceñudo y en tono duro dirige el siguiente sermón a los feligreses allí
congregados: “Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tal cruel y
horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan
detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y
pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y estragos nunca oídos,
habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer
ni curarlos en sus enfermedades, que los excesivos trabajos que les dais
incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis por sacar y adquirir oro
cada día? Estos indios, ¿acaso no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales?
¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?”
“¿Esto no entendéis, esto no sentís?
¿Cómo estáis en tan profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por
cierto que en el estado en que estáis, con las abominaciones y crueldades que
vosotros hacéis a los indios, no os podéis más salvar del infierno que los
moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”.
Los españoles casi linchan al cura
Montesinos por este discurso y elevan sus propuestas ante el gobernador, Diego
Colón. El fraile acababa de atentar en forma escandalosa e insólita contra la
soberanía del Rey de España sobre las Indias Occidentales otorgada por el Papa
Borgia, Alejandro VI. Los esclavistas piden la expulsión del sacerdote ofensor.
El litigio es llevado ante Fernando el Católico, quien de inmediato le ordena a
Colón reprender y silenciar a Montesinos y sus compañeros dominicos, bajo la
amenaza que si persisten en su prédica errónea, los envíe prisioneros a España.
Sentencia el Monarca: “Cada hora de
las que ellos estén en esa ínsula estando de esa dañada opinión, harán mucho
daño para todas las cosas de allá”. La orden es clara: debe terminarse con esa
predicación; pero los rebeldes aumentan y envían a Montesinos a defender su
tesis a España.
Es la primera rebeldía del clero
progresista, verdaderos soldados de Cristo; pero desde luego, la Iglesia
reaccionaria también vino al continente, se hizo poderosa justificando la
esclavitud, la crueldad y las matanzas de originarios en nombre de la fe,
comprometida con los sistemas de explotación y lucro de indígenas, tierras y
minas, prontos a bendecir el despojo y el castigo sin piedad de la
inconformidad.
Era la Iglesia de Fray Vicente de
Valverde y otros desalmados la que propició, con formulismos jurídico –
religiosos, el asesinato de Atahualpa, el último Inca. Hace quinientos
veintitrés años se inició el más grande de los crímenes cometidos contra la
humanidad: el genocidio de 150 millones de indígenas.
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