
El
amigo a duras penas, logró romper su hechizo y se desprendió de sus terribles
brazos, gracias a la Divina Providencia, a los cuidados de los médicos y de su
compañera…
Este
encuentro le hizo entender la crónica de lo cotidiano, lo alienante de existir
en la mediocridad, el capricho de las personas que el mundo gire siempre
alrededor de ellas: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. El creerse
eternos, el pretender que lo más importante es obtener riquezas mal adquiridas,
el participar en la danza de la codicia, en lo inútil de rendirle culto a falsos dioses como: el amor propio, el interés egoísta, los prejuicios, las
banalidades, la hipocresía, la mentira y el vicio. ¡Qué ilusos somos!.
La
moraleja que deja este relato surrealista, es que muchos al vivir sus
microhistorias son protagonistas de una torpe historia: la historia de la
estupidez humana. ¡Tanto amor a la grandeza, al poder y al efímero brillo! Y de
pronto, cuando menos se lo esperan, el final, esa gran orgía en la cual todos
tenemos que participar: La Muerte, la dueña indiscutible de la vida, quien
incesantemente con su dedo descarnado nos lo recuerda.
El surrealismo,
movimiento filosófico, artístico, literario y existencial de la segunda década
del siglo XX, que insurge ante la frustración y el desencanto originados por la
Primera Guerra Mundial y la crisis económica de la postguerra, se caracterizó
básicamente por descomponer la realidad en elementos irracionales. Su ideólogo
fue André Bretón, quien inició en 1924 la tendencia con el Manifiesto de la
Constitución Surrealista.
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