Me
contó un amigo taquense que, después de compartir unas “frías” con el apreciado
y recordado poeta Agustín Graterol en El Garúa, en Santa Ana de Coro, de
regreso al municipio Los Taques tuvo un aparatoso accidente automovilístico.
Con la conciencia obnubilada vio que venía flotando hacia él una hermosa mujer
vestida de negro. En la visión, ella se desplegó con pasión voluptuosa y fueron
intensos y profundos sus besos. En el paroxismo dionisíaco, él le preguntó al
oído: “¿Quién eres?” Y ella murmuró, con dulzonas y ondulantes palabras: “Soy
La Muerte”… A él, del impacto vivencial uno de sus ojos se le cayó al suelo, lo
recogió, se lo puso al revés y se miró por dentro. No era la hora de ser pasto
de los gusanos, y la tenebrosa dama de la guadaña buscó otro mortal, pero La
Parca quedó preñada: ¡se embarazó de vida!.
El
amigo a duras penas, logró romper su hechizo y se desprendió de sus terribles
brazos, gracias a la Divina Providencia, a los cuidados de los médicos y de su
compañera…
Este
encuentro le hizo entender la crónica de lo cotidiano, lo alienante de existir
en la mediocridad, el capricho de las personas que el mundo gire siempre
alrededor de ellas: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. El creerse
eternos, el pretender que lo más importante es obtener riquezas mal adquiridas,
el participar en la danza de la codicia, en lo inútil de rendirle culto a falsos dioses como: el amor propio, el interés egoísta, los prejuicios, las
banalidades, la hipocresía, la mentira y el vicio. ¡Qué ilusos somos!.
La
moraleja que deja este relato surrealista, es que muchos al vivir sus
microhistorias son protagonistas de una torpe historia: la historia de la
estupidez humana. ¡Tanto amor a la grandeza, al poder y al efímero brillo! Y de
pronto, cuando menos se lo esperan, el final, esa gran orgía en la cual todos
tenemos que participar: La Muerte, la dueña indiscutible de la vida, quien
incesantemente con su dedo descarnado nos lo recuerda.
El surrealismo,
movimiento filosófico, artístico, literario y existencial de la segunda década
del siglo XX, que insurge ante la frustración y el desencanto originados por la
Primera Guerra Mundial y la crisis económica de la postguerra, se caracterizó
básicamente por descomponer la realidad en elementos irracionales. Su ideólogo
fue André Bretón, quien inició en 1924 la tendencia con el Manifiesto de la
Constitución Surrealista.
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