miércoles, 30 de noviembre de 2016

· EL SACRILEGIO ·

   Nos contaba el poeta Agustín Graterol Ramírez a Carlitos Martínez Bueno y a mí, sentados alrededor de una mesa en el bar Garúa de Coro, donde compartíamos unas frías un sábado por la tarde del mes de noviembre de 1995: “En el pueblo falconiano hay por tradición un profundo respeto a los santuarios, pero no sucede lo mismo con algunos que vienen a visitarnos. Es muy difícil que una persona nacida en estas tierras se pase la raya de lo permitido y cometa algún acto sacrílego contra un sitio tan venerado como Las Ánimas de Guasare. Numerosos son los que han clamado la ayuda de estas milagrosas ánimas y dan testimonio de haber recibido sus favores, sanaciones, milagros y soluciones a situaciones difíciles”.
    Nos narraba el poeta Agustín que en abril había viajado a la península de Paraguaná, al municipio Los Taques, invitado a una casa de playa cerca de El Pico. Y allí, disfrutando de las espumosas y de una parrilla con yuca que habían asado los inquilinos de la vivienda, le escuchó a otro de los invitados contar la siguiente historia:
    “Unos valencianos amigos de mi hermana que vinieron de vacaciones a Falcón, me preguntaron si conocía la ruta para llegar a las playas de Adícora; el grupo estaba integrado por dos mujeres y dos hombres, les dije que sí, y al salir el sol del día siguiente nos fuimos hacia ese destino. En Los Taques compramos unas cajas de cerveza en una licorería, y luego llenamos más adelante el tanque de gasolina”.
    “Resulta que las playas de Adícora estaban tan atestadas de gente y carros como las de Villa Marina. Una de las damas propuso que nos llegáramos hasta la ciudad de Coro, ya que necesitaba ir al banco a cambiar un cheque, pero la agencia bancaria estaba sin línea y los cajeros que visitamos no funcionaban. Nos dio las 2 de la tarde, no habíamos comido y las muchachas estaban molestas”. 
    “De regreso nos detuvimos en el santuario de Las Ánimas de Guasare; estábamos tomados, uno de los valencianos dijo: ‘Sigamos bebiendo en Tacuato’, las mujeres exclamaron: ‘No podemos, nos queda poco dinero’. El otro expresó: ‘Vamos a llevarnos las ofrendas de las ánimas, cuando retornemos se las devolveremos’, todos los demás integrantes del grupo nos opusimos a tan descabellada idea, aún más, yo les dije: ‘Las ánimas, así como hacen favores, castigan’, pero se impuso la maldad y no los pude convencer, y por aquellos tiempos no había vigilancia en el lugar”.
    “Furioso los abandoné y esperé en la carretera el (autobús de) Federación. Cuál sería mi sorpresa cuando al rato cruzó la vía el automóvil de los valencianos, con la parte del lado del chofer muy chocada. Se bajaron desesperados, y corriendo como locos entraron al santuario de las ánimas, devolvieron las dádivas y de rodillas pidieron perdón…”. 

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