Nos contaba el poeta Agustín Graterol Ramírez a Carlitos Martínez Bueno
y a mí, sentados alrededor de una mesa en el bar Garúa de Coro, donde
compartíamos unas frías un sábado por la tarde del mes de noviembre de 1995:
“En el pueblo falconiano hay por tradición un profundo respeto a los
santuarios, pero no sucede lo mismo con algunos que vienen a visitarnos. Es muy
difícil que una persona nacida en estas tierras se pase la raya de lo permitido
y cometa algún acto sacrílego contra un sitio tan venerado como Las Ánimas de
Guasare. Numerosos son los que han clamado la ayuda de estas milagrosas ánimas
y dan testimonio de haber recibido sus favores, sanaciones, milagros y
soluciones a situaciones difíciles”.
Nos narraba el poeta Agustín que en abril
había viajado a la península de Paraguaná, al municipio Los Taques, invitado a
una casa de playa cerca de El Pico. Y allí, disfrutando de las espumosas y de
una parrilla con yuca que habían asado los inquilinos de la vivienda, le
escuchó a otro de los invitados contar la siguiente historia:
“Unos
valencianos amigos de mi hermana que vinieron de vacaciones a Falcón, me
preguntaron si conocía la ruta para llegar a las playas de Adícora; el grupo
estaba integrado por dos mujeres y dos hombres, les dije que sí, y al salir el
sol del día siguiente nos fuimos hacia ese destino. En Los Taques compramos
unas cajas de cerveza en una licorería, y luego llenamos más adelante el tanque
de gasolina”.
“Resulta
que las playas de Adícora estaban tan atestadas de gente y carros como las de
Villa Marina. Una de las damas propuso que nos llegáramos hasta la ciudad de
Coro, ya que necesitaba ir al banco a cambiar un cheque, pero la agencia
bancaria estaba sin línea y los cajeros que visitamos no funcionaban. Nos dio
las 2 de la tarde, no habíamos comido y las muchachas estaban molestas”.
“De
regreso nos detuvimos en el santuario de Las Ánimas de Guasare; estábamos
tomados, uno de los valencianos dijo: ‘Sigamos bebiendo en Tacuato’, las
mujeres exclamaron: ‘No podemos, nos queda poco dinero’. El otro expresó: ‘Vamos
a llevarnos las ofrendas de las ánimas, cuando retornemos se las devolveremos’,
todos los demás integrantes del grupo nos opusimos a tan descabellada idea, aún
más, yo les dije: ‘Las ánimas, así como hacen favores, castigan’, pero se
impuso la maldad y no los pude convencer, y por aquellos tiempos no había
vigilancia en el lugar”.
“Furioso los abandoné y esperé en la
carretera el (autobús de) Federación. Cuál sería mi sorpresa cuando al rato
cruzó la vía el automóvil de los valencianos, con la parte del lado del chofer
muy chocada. Se bajaron desesperados, y corriendo como locos entraron al
santuario de las ánimas, devolvieron las dádivas y de rodillas pidieron perdón…”.
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