martes, 29 de noviembre de 2016

· DOÑA CARMEN DE SEMECO ·

“Me llamo Carmen Elena Irausquín Valdez de Semeco y vivo en Jayana, (mi apellido se escribe con “s” pero hay un error en mi partida de nacimiento). Nací en San Pedro de Sabaneta, Jadacaquiva, el 19-04-1949. Soy hija de Diógenes Irausquín (Sabaneta, 05-02-1915) y de Carmen Felicita Valdés de Irausquín (Tacalito, 18-02-1920). Mis abuelos fueron Francisco Irausquín, Cecilia Rosa Irausquín de Irausquín, Generoso Valdés y Sara Gotopo”.
“Contraje nupcias el 17-09-1966 con Bartolo José Semeco Semeco, quien nació en El Mirador, Sabana de Jadacaquiva, el 10-11-1935. No conozco, a excepción de mi padre, a nadie más dedicado a su mujer, a sus hijos y al trabajo que mi esposo Bartolo. Di a luz 4 hijos: Nereida del Valle, (Maternidad Oscar M. Chapman de Coro, 24-09-1968), Héctor José ‘Quique’ (Centro de Salud La Vela, actual sector Alí Primera, 23-11-1970), José Gregorio (Centro de Salud, La Vela, 01-09-1972) y Mirla Elena (Hospital Cardón, ahora “Dr. Juvenal Bracho”, comunidad, 28-05-1977)”. 
“Mis nietos Oscar Eduardo, Héctor Leonardo, Oscarí Andreina, Oscarly Stefanía, Mileidy Andrea, Michel Alejandra, Leagnis Guadalupe y José Leonardo. Quiero a Bartolo desde cuando lo vi por primera vez. Soy inmensamente feliz con mis hijos, nietos y mi marido”.
“Mi padre don Diógenes montaba sobre un caballo brioso, con una silla hecha por él mismo. De todas partes le encargaban sillas de montar de cuero; usaba espuelas de plata. En una ocasión ensilló la bestia y se fue a bañar, yo aproveché  de montarme en el caballo, y me di unas vueltas. Cuando regresé, él me estaba esperado; pensé que estaba molesto conmigo y me iba a pegar”.  
“Yo no me había dado cuenta que traía el mecate de arrastra; venía sosteniéndome de las riendas del freno, a trote duro. Mi papá se arrojó sobre el noble animal y lo paró, se puso las manos en la cabeza y me dijo: ‘¡Hija por poco te matas! si ese caballo hubiese pisado el mecate, con lo duro que venía corriendo, te hubiera caído encima. Hay un santo en el cielo que te protege”.
“Me crié con mis abuelos paternos en Sabaneta. Me querían y consentían mucho. Me contó mi abuela Cecilia Rosa que se le murió una niña de siete meses, que era bellísima. A su casa llegó una señora que miraba muy raro, y se le quedó viendo a la niña con insistencia. Al irse la extraña, a la nena se le rompió un azabache que tenía en el brazo y no dejaba de llorar. Amaneció con vómito, diarrea y fiebre, a los 3 días falleció. Mi abuela pensó siempre que fue mal de ojo”.

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