“Me
llamo Carmen Elena Irausquín Valdez de Semeco y vivo en Jayana, (mi apellido se
escribe con “s” pero hay un error en mi partida de nacimiento). Nací en San
Pedro de Sabaneta, Jadacaquiva, el 19-04-1949. Soy hija de Diógenes Irausquín
(Sabaneta, 05-02-1915) y de Carmen Felicita Valdés de Irausquín (Tacalito, 18-02-1920).
Mis abuelos fueron Francisco Irausquín, Cecilia Rosa Irausquín de Irausquín,
Generoso Valdés y Sara Gotopo”.
“Contraje
nupcias el 17-09-1966 con Bartolo José Semeco Semeco, quien nació en El
Mirador, Sabana de Jadacaquiva, el 10-11-1935. No conozco, a excepción de mi
padre, a nadie más dedicado a su mujer, a sus hijos y al trabajo que mi esposo
Bartolo. Di a luz 4 hijos: Nereida del Valle, (Maternidad Oscar M. Chapman de
Coro, 24-09-1968), Héctor José ‘Quique’ (Centro de Salud La Vela, actual sector
Alí Primera, 23-11-1970), José Gregorio (Centro de Salud, La Vela, 01-09-1972)
y Mirla Elena (Hospital Cardón, ahora “Dr. Juvenal Bracho”, comunidad,
28-05-1977)”.
“Mis nietos
Oscar Eduardo, Héctor Leonardo, Oscarí Andreina, Oscarly Stefanía, Mileidy
Andrea, Michel Alejandra, Leagnis Guadalupe y José Leonardo. Quiero a Bartolo
desde cuando lo vi por primera vez. Soy inmensamente feliz con mis hijos,
nietos y mi marido”.
“Mi
padre don Diógenes montaba sobre un caballo brioso, con una silla hecha por él
mismo. De todas partes le encargaban sillas de montar de cuero; usaba espuelas
de plata. En una ocasión ensilló la bestia y se fue a bañar, yo aproveché de montarme en el caballo, y me di unas vueltas.
Cuando regresé, él me estaba esperado; pensé que estaba molesto conmigo y me
iba a pegar”.
“Yo no
me había dado cuenta que traía el mecate de arrastra; venía sosteniéndome de
las riendas del freno, a trote duro. Mi papá se arrojó sobre el noble animal y
lo paró, se puso las manos en la cabeza y me dijo: ‘¡Hija por poco te matas! si
ese caballo hubiese pisado el mecate, con lo duro que venía corriendo, te
hubiera caído encima. Hay un santo en el cielo que te protege”.
“Me crié con mis
abuelos paternos en Sabaneta. Me querían y consentían mucho. Me contó mi abuela
Cecilia Rosa que se le murió una niña de siete meses, que era bellísima. A su
casa llegó una señora que miraba muy raro, y se le quedó viendo a la niña con
insistencia. Al irse la extraña, a la nena se le rompió un azabache que tenía
en el brazo y no dejaba de llorar. Amaneció con vómito, diarrea y fiebre, a los
3 días falleció. Mi abuela pensó siempre que fue mal de ojo”.
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