sábado, 12 de noviembre de 2016

UNA DISPAREJA

Jesús “Chucho” Díaz, en su libro “Los Taques. Geografía Humana”, (editado en Impresos Arturo, Coro, Falcón, 2003), página 68, escribió: “La Plaza era el centro urbano más importante, donde se desenvolvía la vida pública de la comunidad y alrededor de ella se levantaron las edificaciones de los poderes públicos, tales como la Jefatura, donde ejercían sus funciones el Jefe Civil, Juzgado, Junta Comunal, Comandancia de Policía y su Retén. A estos funcionarios se les consideraba personas respetuosas, amantes de la ley, capacitados, colaboradores, con la disponibilidad y experiencia necesarias para solucionar cualquier tipo de problema, aplicando la equidad sin dejar de cumplir su deber”. En las páginas 69, 70 y 71 el autor enumeró 88 Jefes Civiles y sus secretarios, desde el Jefe Alonso Ocando (1883) hasta Acisclo Guadarrama Milano (1945).
Me refirió una abuelita, quien me solicitó no mencionara su nombre, la siguiente historia que le fue contada por su progenitor que fue testigo del suceso. Respetuoso como soy de los mayores, obvié lo patronímico. Lo que sí diré es que esto sucedió en el siglo pasado.
“En los tiempos que había Jefe Civil en Los Taques, mi padre denunció a un zagaletón a quien todos conocían con el apodo de “Seretón”, que tenía amenazado al primero de mis cuatro hermanos de golpearle por motivos baladíes. Cuando entró a poner la denuncia le llamó la atención que un grupo de personas rodeaba a “una dispareja”, dijo así porque la señora era una extranjera de gesto fruncido y mal encarada, pálida, pequeña, medía como un metro sesenta y delgada como una vela, y el marido alto como de un metro noventa, y robusto como un barril, quizá pesaba 125 Kg.
Más pudo la curiosidad y mi papá se acercó al grupo y escuchó con detenimiento lo que el forastero declaraba: “Mi mujer cada vez que le viene en gana me cachetea y me mienta la madre, figúrese que yo no puedo llegar 5 minutos tarde a mi casa después que salgo del trabajo, ni pensar en tomarme un roncito en la taguara de la esquina”. Todos estaban pendientes de lo que aquel hombre denunciaba, y de pronto la mujer se volteó y le dijo: “Deja que lleguemos a la casa, me las vas a pagar”; eso se lo dijo en voz baja, pero todos escucharon. Entonces el pobre hombre, temblando del susto, le expresó al secretario: “¡Oiga, me está amenazando que cuando lleguemos a la casa se las va a cobrar!”…

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