Jesús “Chucho” Díaz, en su libro “Los
Taques. Geografía Humana”, (editado en Impresos Arturo, Coro, Falcón, 2003),
página 68, escribió: “La Plaza era el centro urbano más importante, donde se
desenvolvía la vida pública de la comunidad y alrededor de ella se levantaron
las edificaciones de los poderes públicos, tales como la Jefatura, donde
ejercían sus funciones el Jefe Civil, Juzgado, Junta Comunal, Comandancia de
Policía y su Retén. A estos funcionarios se les consideraba personas
respetuosas, amantes de la ley, capacitados, colaboradores, con la
disponibilidad y experiencia necesarias para solucionar cualquier tipo de
problema, aplicando la equidad sin dejar de cumplir su deber”. En las páginas
69, 70 y 71 el autor enumeró 88 Jefes Civiles y sus secretarios, desde el Jefe Alonso
Ocando (1883) hasta Acisclo Guadarrama Milano (1945).
Me refirió una abuelita, quien me solicitó
no mencionara su nombre, la siguiente historia que le fue contada por su
progenitor que fue testigo del suceso. Respetuoso como soy de los mayores, obvié
lo patronímico. Lo que sí diré es que esto sucedió en el siglo pasado.
“En los tiempos que había Jefe Civil en
Los Taques, mi padre denunció a un zagaletón a quien todos conocían con el
apodo de “Seretón”, que tenía amenazado al primero de mis cuatro hermanos de
golpearle por motivos baladíes. Cuando entró a poner la denuncia le llamó la
atención que un grupo de personas rodeaba a “una dispareja”, dijo así porque la
señora era una extranjera de gesto fruncido y mal encarada, pálida, pequeña,
medía como un metro sesenta y delgada como una vela, y el marido alto como de
un metro noventa, y robusto como un barril, quizá pesaba 125 Kg.
Más pudo la curiosidad y mi papá se acercó
al grupo y escuchó con detenimiento lo que el forastero declaraba: “Mi mujer
cada vez que le viene en gana me cachetea y me mienta la madre, figúrese que yo
no puedo llegar 5 minutos tarde a mi casa después que salgo del trabajo, ni
pensar en tomarme un roncito en la taguara de la esquina”. Todos estaban
pendientes de lo que aquel hombre denunciaba, y de pronto la mujer se volteó y
le dijo: “Deja que lleguemos a la casa, me las vas a pagar”; eso se lo dijo en
voz baja, pero todos escucharon. Entonces el pobre hombre, temblando del susto,
le expresó al secretario: “¡Oiga, me está amenazando que cuando lleguemos a la
casa se las va a cobrar!”…
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