sábado, 12 de noviembre de 2016

NO SE DEBE MALDECIR

 Felipe Antonio Cuauro González es uno de los más idóneos maestros de obra del municipio Los Taques. Nació el 26-04-1961 en el hospital Sagrada Familia, hoy Centro de Salud “Dr. Carlos Diez del Ciervo”, Judibana, inaugurado el 1-08-1960 por el Dr. Pedro Luis Bracho Navarrete, gobernador de Falcón para la época (“Amuay 40” de Juan Toro Martínez, página 74, Lagoven). Su infancia y adolescencia transcurrieron en el pintoresco y hermoso poblado de Amuay, a la orilla del mar. Hijo de Felipe Vinicio Cuauro y Margarita Nicolasa Sánchez González de Cuauro. Primero de siete hermanos, cinco varones y dos hembras. Su abuela paterna fue María Crispina Cuauro y sus abuelos maternos Indalecio Sánchez y Bárbara González. Realizó sus estudios primarios en la Escuela del pueblo. En su partida de nacimiento hay un error; ya que debería ser Cuauro Sánchez.
        Hasta los 16 años se dedicó a la pesca, luego conoció al español Manuel García Moscoso, dueño de la Contratista “Garciperca” quien construyó unas caballerizas en la Estación Cuarentenaria. Al terminarse la edificación de los establos, su padre lo autorizó a irse a Caracas con la Contratista y aprendió la albañilería, y además realizó numerosos cursos de electricidad, plomería y carpintería en el INCE. Trabajó en la construcción de las Estaciones La Yaguara y Antímano del Metro, en las reparaciones de tribunas del Hipódromo de La Rinconada con la Contratista “Capé” y en la rehabilitación del Hotel Humboldt. Ha sido inspector y maestro de obras, ha construido, reparado y reformado unas 500 casas en Judibana y otros sitios del municipio por contrato privado, a lo largo de su vida.
Relata Felipe que su abuela María Crispina, quien falleció a los 103 años, le contó que en una oportunidad, ella le dio alojo en su casa a una amiga con su niño; ya que esta había peleado con su marido. Su amiga tenía la mala costumbre de maldecir por cualquier cosa. Una noche escucharon el aleteo de un pájaro enorme que se posó sobre la casa, luego sintieron que la bestia con fuerza empujaba la puerta tratando de abrirla, menos mal que le habían puesto la tranca de madera. La abuela asustada comenzó a rezarle a San Miguel Arcángel, y de pronto se acordó que el llanto de un niño alejaba a los malos espíritus, y pellizcó al infante. De inmediato la aparición se retiró. Al abrir la puerta al amanecer, claramente se veían las huellas de las garras...  

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