Felipe Antonio Cuauro González es uno de los más
idóneos maestros de obra del municipio Los Taques. Nació el 26-04-1961 en el
hospital Sagrada Familia, hoy Centro de Salud “Dr. Carlos Diez del Ciervo”,
Judibana, inaugurado el 1-08-1960 por el Dr. Pedro Luis Bracho Navarrete, gobernador
de Falcón para la época (“Amuay 40” de Juan Toro Martínez, página 74, Lagoven).
Su infancia y adolescencia transcurrieron en el pintoresco y hermoso poblado de
Amuay, a la orilla del mar. Hijo de Felipe Vinicio Cuauro y Margarita Nicolasa
Sánchez González de Cuauro. Primero de siete hermanos, cinco varones y dos
hembras. Su abuela paterna fue María Crispina Cuauro y sus abuelos maternos
Indalecio Sánchez y Bárbara González. Realizó sus estudios primarios en la
Escuela del pueblo. En su partida de nacimiento hay un error; ya que debería
ser Cuauro Sánchez.
Hasta los 16 años se dedicó a la pesca,
luego conoció al español Manuel García Moscoso, dueño de la Contratista
“Garciperca” quien construyó unas caballerizas en la Estación Cuarentenaria. Al
terminarse la edificación de los establos, su padre lo autorizó a irse a
Caracas con la Contratista y aprendió la albañilería, y además realizó
numerosos cursos de electricidad, plomería y carpintería en el INCE. Trabajó en
la construcción de las Estaciones La Yaguara y Antímano del Metro, en las
reparaciones de tribunas del Hipódromo de La Rinconada con la Contratista
“Capé” y en la rehabilitación del Hotel Humboldt. Ha sido inspector y maestro
de obras, ha construido, reparado y reformado unas 500 casas en Judibana y
otros sitios del municipio por contrato privado, a lo largo de su vida.
Relata
Felipe que su abuela María Crispina, quien falleció a los 103 años, le contó
que en una oportunidad, ella le dio alojo en su casa a una amiga con su niño;
ya que esta había peleado con su marido. Su amiga tenía la mala costumbre de
maldecir por cualquier cosa. Una noche escucharon el aleteo de un pájaro enorme
que se posó sobre la casa, luego sintieron que la bestia con fuerza empujaba la
puerta tratando de abrirla, menos mal que le habían puesto la tranca de madera.
La abuela asustada comenzó a rezarle a San Miguel Arcángel, y de pronto se
acordó que el llanto de un niño alejaba a los malos espíritus, y pellizcó al
infante. De inmediato la aparición se retiró. Al abrir la puerta al amanecer,
claramente se veían las huellas de las garras...
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